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Cultura

Invítala a pasar

Dibujo realizado por Enrique Verdasco.
Cuento distinguido en el certamen literario “Alejandro Vignati”, escrito por Salomé Perez.
Estaba sola; siempre lo estuvo. Rodeada de gente, pero incapaz de relacionarse. Vagando por el mundo para siempre terminar atrapada en sitios similares. Una habitación de paredes sinuosas, extrañas, donde se oía el atormentador palpitar de un silencio angustioso. Nada arriba, nada debajo. Sólo ella y la inmensidad de lo inverosímil. Porque su mundo siempre ha sido una mentira; un absurdo engaño que la convertía –irónicamente- en la más maquiavélica cenicienta. Siendo una incógnita para el mundo, se mantuvo en su pacifica tristeza, pues nadie ha dicho jamás que era sencillo estar simplemente en compañía de uno mismo.Sus ojos observaban el brillo de aquel carmesí que bañaba su pequeño habitáculo. Día y noche se lo pasaba vislumbrando la cárcel que su propio nombre le había otorgado. Era como una sirena de los sueños, que llama con su dulce voz a aquellos viajeros desilusionados. Estos se ven, luego, sin retorno; incapaces de recuperar lo perdido sin un ápice de voluntad. ¿Pero ella es en verdad tan cruel, tan despiadada? Solía preguntárselo en voz alta, oyendo sólo el eco del interrogante sin respuesta. Incesantemente se planteaba la misma duda, declarándose como inútil para autodefinirse. Lo único que tenía claro –y siempre lo tuvo- era su objetivo en la eternidad que constituía su vida. Su meta más codiciada y para lo que fue creada: absorber todo lo negativo del corazón de las personas, proporcionándoles la dulce angustia que han estado buscando. Y de vez en cuando se pregunta, ¿Qué hay de malo en conceder los deseos a los frágiles y corruptos humanos? Al fin y al cabo, sea cual sea el anhelo, el acto ofrecido a ellos es benévolo, pues se trata de lo que siempre han estado buscando.El exterior era su ruta de viaje. Allí transitaban las personas que perseguían sus sueños, y aquellas sin rumbo fijo desesperadas por encontrarlos. Estas últimas eran, entonces, el campo donde la doncella solitaria y misteriosa daba batalla. Su belleza constituía la esplendorosa tentación a seguirla, junto con las miles de ambiciones que prometía. Sus cabellos extensos y oscuros figuraban el camino a alcanzar. Muchas veces, cada hebra se veía manchada por aquel elixir rojizo que cubría las paredes de su diminuto cuarto de residencia. El pequeño dato transformaba su oculta identidad en una obviedad, pues era el delator nato del pulcro sitio donde vivía; pulcro hasta que se la invitaba a pasar. En ese instante, todo se tornaba desolado y oscuro, sin ánimos para sonreír y vivir con esperanza. Porque las lágrimas eran su aliento y en ellas se fortalecían a duras penas. Largas noches, que parecían interminables, la mujer contaba el recado de gotas de ese día. Estas, tan puras y limpias al igual que cargadas de sentimiento, se entremezclan con el líquido producto de un mar de rubíes. Era parecido a lo que los seres humanos llamaban “sangre”. ¿Lo seria? Y en ese caso, ¿Cuánta sangre ha pasado por sus manos?Pero todos solían juzgarla y jamás entenderla. ¿Podría alguien, acaso, comprender su dolor?De vez en cuando, las mismísimas personas que la aborrecían, clamaban su nombre como única escapatoria. Otras, en cambio, maldecían su estadía en los confines de su hogar. Y por supuesto que no hay que olvidar a aquellos que simplemente se rendían ante su encanto diabólicamente perfecto, sin oponer resistencia pero tampoco elogiando que ella estuviese presente.Incapaz de comprenderse y de comprender a quienes la rodean, se había vuelto una vil dama apenada, contra su voluntad.Un día, las ventanas se abrieron y pudo observar la claridad exterior como nunca. Alguien más estaba viendo a través de ella, o mejor dicho, ella era quien observaba a través de unos ojos que no eran los suyos. Fue capaz de vislumbrar las nubes y el sol, los campos y las flores, la cantidad de seres que habitan en el mundo, las sonrisas puras y la felicidad que los embriagaba. La mujer decidió salir, pues los barrotes de su cárcel de sangre habían estallado, declarando su sentencia como acabada. La sorpresa no fue poca, pero la felicidad creció por esos instantes. Aquel simple hecho denotaba que un alma más se había percatado de lo inútil que es llorar, lamentarse, ahogarse en problemas, vivir en la oscuridad y frialdad de una habitación, sin animarse a salir al exterior, a mejorar, a intentar cambiar aquello que le hace tan mal. Una fina sonrisa pudo apreciarse en su gélido rostro, pues aunque durase solo unos segundos, expresaba que su benevolencia también existía, y que su maldad solo pretendía dar un espacio a la reflexión. Su espíritu errante volvía a adueñarse de las calles y las estrellas, en busca de otra alma que la llame y así depositar en su agónico corazón una pizca de esperanza camuflada en miedos y tristeza, a la espera de que la semilla crezca y esa barrera de angustia se corrompa, soltando su verdadera esencia. Pues sabios han dicho que debe ser utilizada por el hombre, pero éste nunca debe ser utilizado por ella. Del mismo modo, es un buen sitio para encontrarse, pero no para permanecer. Es recomendable para reflexionar y hallarse espiritualmente, destilando todo aquello que sobra. Viéndolo de tal modo, nadie podría atacar a esa doncella abatida sentenciándola de maldita y asfixiante. A fin de cuentas, ella es ama y señora del silencio y la desolación, pero también esclava y condenada por los mismos.Cumpliendo con su deber, pero incapaz de huir a su destino frio y cruel. Porque las personas a través de ella pueden percatarse de sus errores, de sus conflictos, y correr en busca de libertad, soluciones y felicidad; en cambio, la doncella solitaria siempre debe actuar del mismo modo, siguiendo el lineamiento para el que fue creada, otorgando alivios costosamente conseguidos a cambio de lágrimas; asesinando los males, arrancándolos, a cambio de dolor puro acumulado en los corazones. Sea un trabajo, un oficio o una vocación, jamás ha dejado de ser su deber. Los hombres no deben maldecirla, sino aprovecharla.Y entonces, una vez liberada de aquel cuerpo, de aquel corazón, comenzó a vagar por la tierra. Tras haber abandonado a un ya maestro, estaba en búsqueda de otro aprendiz. Acontece el instante en donde su mirada triste y apagada se cruza con aquellos ojos cansados, demacrados, hartos de llorar. Se trataba de un hombre que había perdido a su amada, que estaba desesperado por volver a encontrarla en esta u otra vida. La mujer le clavó las pupilas de manera devastadora, y él no tuvo más remedio que dejarse guiar por aquella silueta femenina tan idéntica a su antiguo y eterno amor. Bastaron unos míseros instantes para que ya se encontrase en su nuevo hogar, un nuevo latir que despertar. Aquel humano se situó en un banco, al aire libre de una plaza, y comenzó a llorar y a añorar. Una sonrisa sincera pero astuta emergió de los labios de la dama que yacía oculta en su corazón. Así es, aguardaba por un nuevo despertar, una nueva liberación, un nuevo amanecer, un nuevo rayo de esperanza. El hombre se seca las lágrimas y comprende que algo es diferente, que cierta angustia le indica que ella no es quien cree. Mira hacia el horizonte, y apenas entreabre sus labios para formular una única pregunta.– ¿Quién eres?- musita con voz ronca y ahogada.La dama sonríe interiormente y, sin rodeos algunos, deja que su clara y profunda voz retumbe.– Soledad.

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