En el centro de San Andrés de Giles hay una casa detenida en el tiempo. Queda exactamente en la calle Belgrano 446 y todo aquel que alguna vez pasó por ahí, se preguntó por qué un lugar tan hermoso terminó abandonado. Las chapas que tapan su puerta contrastan con su estética francesa que la envuelven en un halo de misterio. ¿Qué pasó en esa casa? ¿Por qué no vive nadie? ¿Cuál es la historia detrás de tanta desidia?

Hoy, después de muchísimos años, sus puertas volvieron a abrirse. El matorral de yuyos y enredaderas que cubrían toda la casa fue cortado por trabajadores que empezaron a limpiar y ya sacaron 10 camiones de ramas y plantas. La última persona que vivió allí fue Raquel Ruggiero quien cerró su casa por última vez en la década del 90.

“La última habitante un día se fue y dejó todo tal cual como estaba. Eso nos contaron las sobrinas, las herederas que quedaron”, comenta Estanislao Segurola, uno de los nuevos dueños. Adelanta que “la idea es conservar la estructura de la casa lo más parecida a lo que era, fiel al estilo que se usaba en la época”.

Dentro de la casa se encuentra el piano tal cual lo dejó su dueña anterior, Raquel, que era musicoterapeuta. Es tan bello y distinguido, que es imposible mirarlo sin imaginar su música recorriendo la casa en sus años de vida. Estanislao lo aprecia y cuenta emocionado: “Soy bastante fanático, quiero tratar de recuperarlo, es alemán, por el sistema que tiene de bayoneta, es antiguo, estos pianos se hicieron hasta 1905 como mucho”.

Confiesa que todavía no saben qué destino tendrá el lugar, pero lo que sí es seguro es que van a recuperar las instalaciones lo más que puedan. “Está buenísimo poder recuperarla, porque en ese sentido y a mi criterio, Giles está muy perdido en ese tema”, opina. Esta casa, sin dudas, es parte del patrimonio histórico de nuestra ciudad.

La casa de Horacio Ruggiero

Los vecinos que pasan por la vereda se detienen asombrados a mirar para adentro. Ver las puertas abiertas por primera vez es impactante. La entrada es amplia, porque por la puerta principal tenía que pasar el auto de Horacio Ruggiero, el primer dueño de la casa. Al mirar al suelo se nota la rampa, todo estaba exactamente calculado para que pudiera entrar su automóvil y sacarlo marcha atrás.

Horacio Ruggiero nació en Capital Federal pero eligió a San Andrés de Giles para formar su familia y desempeñarse como médico. Llegó a nuestra ciudad  a principios de la década del 20. Se casó con Catalina Peña, con quien tuvo dos hijas, Beatríz y Raquel, conocidas por los sobrenombres que cariñosamente les decían sus padres: Momin  y Nanin.

Horacio se volcó a la medicina con admirable dedicación. Tenía su consultorio en la parte de adelante de su casa. El Dr. Ruggiero además era poeta y hablaba en perfecto francés. Cuando no estaba trabajando, el vecino de tradición radical participaba mucho de la actividad política y comunitaria de la época. Tras el golpe a Perón en 1955, los militares lo nombraron comisionado del pueblo. Es así que ejerció como Jefe Comunal hasta 1958.

Su hija Beatriz (Momin) se casó con Miguel Lorenzo Pesce, quien años más tarde quedaría como intendente de San Andrés de Giles designado por los militares en 1976. En sus años de gobierno, su esposa Beatriz fue la secretaria de cultura local. Pesce ejerció su mandato municipal hasta 1981. Algunos años después, el matrimonio se mudó junto a sus tres hijas a Capital Federal.

La otra hija del Dr. Ruggiero era Raquel a quien llamaban Nanín. Al igual que su padre hablaba en perfecto francés y dedicó su vida a la música y la educación. Ella fue la primera musicoterapeuta de San Andrés de Giles. Trabajó como docente de música en la secundaria del Colegio Nacional y estuvo a cargo durante muchos años de la Biblioteca Alberdi.

A diferencia de su hermana, Raquel era soltera, y cuando Beatriz se mudó a Buenos Aires, comenzó a verla cada vez menos porque venía poco al pueblo. Con sus padres ya fallecidos, la casa familiar quedó enteramente para Nanin.

Enredada en la soledad

Tras la mudanza de su hermana y sus sobrinas, Nanín comenzó a estar cada vez más sola. Los vecinos la veían poco por el barrio, pasaba mucho tiempo adentro de su casa y salía solamente de noche. Una vez, estuvieron tanto tiempo sin verla que comenzaron a alarmarse. Su perra ladraba día y noche. Sus vecinos, que tenían el fondo lindante, se asomaron preocupados y vieron al pobre animal atado y desnutrido. El jardín estaba tapado de maleza, las enredaderas empezaban a tomar las paredes y trepaban por las ventanas. Se quedaron perplejos porque nunca habían visto tanta oscuridad en pleno día.

Algo malo pasaba y tuvieron que llamar a Beatriz para que viniera hasta Giles a ver qué le sucedía a su hermana. Lo que encontraron sus familiares al ingresar a la casa fue un escenario desolador y fatal: Nanín estaba postrada en su cama, demacrada, extremadamente delgada, a punto de morir. Hacía mucho tiempo que no se alimentaba.

Los vecinos dicen que fue culpa de tanta soledad. Raquel Ruggiero se fue enredando cada vez más en la tristeza y fue quedando atrapada en su propia casa. Esa depresión casi le cuesta su vida. Tras ese trágico episodio, Nanín estuvo internada y se fue recuperando. Tiempo después volvió a habitar su casa, y se la veía bien. Sin embargo, desde 1997 residió en el Hogar Geriátrico Municipal para evitar que vuelva a caer en la angustia de vivir sola en semejante casa.

Los trabajadores del Geriátrico la recuerdan como una mujer adorable. En sus primero años viviendo allí, era colaborativa y participaba de todas las actividades, pero con el paso del tiempo, hablaba cada vez menos y empezó a ausentarse de a poco. Falleció de vejez durante la pandemia.

En el hogar de la familia Ruggiero no vivió nunca más nadie. Ahora, después de tantos años cerrada y sola, la casa empieza a vivir de nuevo.