Por Mirta Yolanda Caputo
Hace poco tiempo que vive en el barrio unos nueves o diez meses.Se nos apareció de repente una mañana en la casa que dejaron los Medina cuando se mudaron a la capital. Con Laurita la observamos desde que llegó, sentadas en el umbral de la mercería de mis padres que queda justo enfrente; otras veces desde las escalinatas del zaguán de Lauri que vive pegado a la casa.Es una mujer joven dicen mis padres, de unos 35 años, delgada, de estatura mediana, cabellos color avellana, lacios y siempre recogidos en la nuca con un moño de cinta marrón, tez blanca y facciones delicadas, aunque no podría precisar el color de sus ojos o el tamaño de su boca o su nariz porque camina mirando invariablemente el piso, como ausente al mundo que la rodea.Es objeto de nuestra observación desde que llegó, sobre todo del mío. En cuanto regresamos de la escuela, almorzamos rápidamente, para comenzar nuestra detectivesca tarea, en espera de algún acontecimiento o movimiento en la casa.Hasta ahora, sólo hemos podido deducir que vive sola y nadie la visita, ni en feriados, ni en fines de semana y hasta me atrevería a decir ni por las noches, ya que en muchas ocasiones desde la celosía de la ventana de mi habitación, donde poseo una vista privilegiada, paso algunas horas observando la casa, que permanece a oscuras y en silencio.Sale una o dos veces a la semana, y efectúa su recorrido habitual, la panadería, el almacén, la carnicería y vuelve rápido a su casa.Pero las salidas que alimentan aún más nuestra curiosidad, son las de los días de lluvia; invariablemente luego de un aguacero o una leve llovizna, en cuanto ésta se detiene, sale con un enorme par de botas de goma, y recorre las calles varias veces, sobre todo pisando contra los cordones o en las esquinas donde más se acumula el agua… donde la calle más mojada está.A pesar de su parquedad, no impresiona como una mujer hosca o antisociable, diría que lleva una gran angustia, una enorme tristeza… no me desagrada verla ni me parece antipática, y mucho menos me inspira miedo.Nuestras mentes inocentes tejen decenas de historias, que es separada, o… no, mejor viuda, por eso de la tristeza… o más bien soltera, desengañada por algún amor… pero… desengañada no, porque sería agria, y no da ese aspecto, tal vez peligrosa… se esconde de algo o de alguien, pero… no, no, al contrario parece desprotegida, y todas nuestras historias mueren en los días de lluvia. En este punto ni siquiera podemos fantasear, acaban los artilugios de nuestra imaginación, ¿Por qué alguien haría algo así todos los días de lluvia…? ¿Por demencia… no lo aparenta, a pesar de su congoja se la nota segura de cada movimiento, hasta en los que realiza después de cada lluvia.Ayer llovió mucho, por varias horas. Con Lauri esperamos ansiosas, detrás de la vidriera del negocio de mis padres, a que el agua cesara para contemplar las acostumbradas caminatas de nuestra misteriosa vecina.Pero… esta vez, en cuanto la vimos salir, nuestra curiosidad, dio paso al atrevimiento. Cruzamos a la casa de mi amiga, nos dirigimos al patio, y con algunos trastos viejos, logramos asomarnos por el tapial que separa las casas. Todo se encontraba en silencio, las persianas abiertas, ningún indicio de vida dentro de ella; esto incentivo aún más nuestra audacia y ayudadas de una piola de escombros apoyada del otro lado de la pared ingresamos al patio vecino; fisgoneamos desde la ventana del lavadero, conocíamos bien la casa, pues cuando vivían los Medina la frecuentábamos. Todo se encontraba en penumbras, tan gris como el plomizo cielo. Laura me tironeaba para que nos fuéramos, antes que la señora volviera, pero no tuvimos tiempo, comenzaron a encenderse las luces y la vecina comenzó a recorrer la casa a grandes zancadas y… luego de unos momentos que parecieron interminables apareció en el lavadero.Nos agachábamos, mi amiga temblaba por el miedo a ser descubiertas.Por encima de ella, desde un pequeño ángulo pude observar cómo se quitaba las botas, las secaba y guardaba en un armario junto al impermeable, una escena propia de un deliberado ritual.Cada vez nos sentíamos más confundidas, pero más atraídas por lo extraño de aquellas actitudes, que si bien a la luz de la razón no parecían lógicas, tampoco producto de la locura de nuestro personaje.Cuando las luces se fueron apagando, y ya prontas a abandonar nuestro escondite y volver a la casa de Laura, se encendió la luz de la habitación que da al patio y que nosotras conocíamos. Se nos heló la sangre, al escuchar una trémula vocecita llamando “mamá, mamá” – Acá estoy mi cielo – dijo la voz que supusimos era la señora de los misterios.