


La quietud que ya era habitual en las calles de Franklin va a sentirse un poco más. Porque uno de sus lugares emblemáticos deja de funcionar. Se trata del boliche de Juana y Jorge Bruno, que cerrará sus puertas después de 60 años de servicio ininterrumpido. La decisión, fue tomada porque ya están grandes y por algunos problemas de salud de la pareja, una situación totalmente entendible cuando pasa el tiempo.
Sin embargo, este cierre no es sólo el fin de un negocio, sino un nuevo capítulo en la lenta despedida de un pueblo. El escritor y fotógrafo Iván Engels, quien incluyó la historia de este matrimonio en su primer libro “Viajando por los pueblos”, los visitó en estos días para ser testigo del adiós.
En un diálogo con Engels, Juana, con la voz cargada de memoria y nostalgia, hizo un recorrido por la historia de Franklin a través de la vida de su almacén. Recordó las épocas doradas, cuando el pueblo se expandia con el trabajo del campo y el ferrocarril. “Mi papá iba al negocio a las siete de la mañana, porque a las siete estaban los carreros acá que venían el tren a cargar la leche. Qué lindo, qué lindo”, recordó. “A veces se cerraba a la una, porque se ponían a jugar al truco los que venían con la leche”.
Sin embargo, el progreso y los cambios en el campo marcaron el principio del fin. Juana identificó dos “sacudones” fatales para Franklin. El primero fue la modernización de la producción lechera. “Un día se dijo basta, no se podia llevar más leche en tarros… el que tenía 4.000 litros, no venía a levantarle. Ese fue el primer sacudón”. El segundo golpe, quizás más simbólico y profundo, fue la desaparición de los trenes. “Esa fue también una gran migración de la gente… eso fue terrible cuando la gente se fue”.
La tecnología, si bien bienvenida, también cambió la dinámica para siempre. “Hay una baja de trabajo importante en el campo… una persona con una máquina reemplaza a muchos empleados. Acá hay un chacarero que tiene una máquina, él va tomando mate, la máquina le va haciendo todo”, reflexionó Juana, reconociendo la paradoja del avance.
Hoy, con 85 años, la tristeza por cerrar se mezcla con la imposibilidad de continuar. El movimiento en el pueblo es una sombra de lo que fue. “En el pueblo hay menos de la mitad de la gente que había antes”, afirmó.
Su mayor deseo sería que el boliche, el alma del pueblo, sobreviviera. “Con tal de que esto siguiera vivo.. haría una rifa“, dijo con emoción. Incluso consideró alquilarlo, con la simple esperanza de que ese boliche siempre “tenga a uno sentado en el mostrador”.
Con su cierre, Franklin pierde más que un lugar para comprar mercadería o tomar una copa. Pierde un testimonio viviente de su historia, un punto de encuentro que resistió décadas de cambios y se fue apagando de a poco. Y ahora, uno de esos pilares se retira, dejando un silencio aún más grande en el corazón del pueblo.