Cuando consulté por una entrevista a Carlos Schreyer, vecino de nuestra ciudad, accedió predispuesto a dedicar todo el tiempo que sea necesario para contarme su historia. El autor de “36 años sin cáncer”, libro donde vuelca toda su experiencia, posee un conocimiento muy valioso y lo sabe. No es egoísta, lo cuenta con ansias de que todos lo sepan. Logró sobrevivir una recidiva de un cáncer muy agresivo a partir de una dieta ovo lácteo vegetariana y con alto contenido en alimentos crudos. Sin embargo, aún le queda un objetivo por cumplir: comunicarlo a la sociedad.Durante su juventud le descubrieron un tumor del tamaño de una pelota de ping pong en la zona submaxilar derecha. En aquella época no existía siquiera la palabra “oncología”, no había especialistas. El encargado de realizar la intervención fue un joven cirujano que explicó que el tumor era benigno y que estaba encapsulado dentro de la glándula salivar por lo que no volvería a repetirse. Le recomendó que continuara su vida de forma normal. Hoy admite que seguir ese consejo fue un error gravísimo. Dos décadas más tarde, Carlos notó nuevamente una dureza en el mismo lugar. Visitó a un homeópata que atendía cerca de su casa y lo llamó hipocondríaco al no poder palpar nada. Al poco tiempo, Carlos volvió porque seguía creciendo aquello que había encontrado en su cuello. Le prescribió unas recetas pero no funcionaron. “Estas cosas si no se van, mejor sacarlas” sentenció el homeópata sin recomendarle ningún otro especialista. Desilusionado, deambuló varios meses buscando la mejor opción. Se decidió por el Instituto de Oncología Angel H. Roffo.IC: ¿Cuál fue el resultado de esa recidiva?Luego de los análisis habituales me punzaron y el resultado fue malo, muy malo. Me operaron a los dos meses y después de tres días en terapia intensiva me informaron que fue de tipo mixto maligno poco diferenciado, según los médicos, el peor de todos. ¡Suerte que me lo dijeron! No me quedé quieto, empecé a consultar distintos especialistas. Fui a ver hasta un vidente, no sirvió para nada. También visité un naturista que me desilusionó, pero no fue tan inútil haber ido, porque me prescribió dos cosas para que no vuelva el cáncer: baños de asiento y tomar mucha sopa de verduras. Me dio la pauta para reflexionar: “¿cómo me está dando sopa? Si hiervo la verdura la estoy matando”. Mientras caminaba al auto me di cuenta que siempre supe lo que tenía que hacer, pero seguía buscando alguna receta milagrosa. Deduje enseguida: en la naturaleza todos comen crudos. Ningún ser viviente tiene enfermedades degenerativas como reuma, artrosis, diabetes, cáncer, alzheimer o parkinson, es más, muchos años antes hablando con un dentista retirado me confeso que los caballos salvajes no tienen caries dentales. Los de polo y carreras que son los mejores cuidados si tienen, entonces la solución del organismo es comer crudo.IC: ¿Cómo explicaría su afirmación?Décadas más tarde, cuando tuve internet, confirmé que comer sano es comer crudo. Un médico ruso en los años 30 presentó en París en un congreso de microbiología un estudio sobre dos mil pacientes. Allí explicaba que la ingesta de comida cocinada provoca en el organismo leucocitosis, es decir, la acumulación indebida de glóbulos blancos. Esto se produce cuando entra en el organismo una toxina, cuando hay una infección y también cuando uno come alimentos cocinados. La experiencia de este médico ruso prueba que el organismo reconoce los alimentos cocinados como elementos extraños. Diez años después se descubrió que la comida cocinada carece de la enzima digestiva que viene en todos los alimentos y por eso el cuerpo la rechaza. Una manzana que cae del árbol sino se la levanta se va pudriendo. Es la enzima digestiva que consume su propio ser. A la vez, es alimento para que brote una vez más y se produzca un árbol nuevo porque la semilla no se pudre, se alimenta de la putrefacción. Lo que matamos cuando cocinamos es esa enzima. Al pasar los 50 grados empieza a degradarse y a los 70 grados ya no queda nada. Médicos y nutricionistas van a decir que no importa porque nuestra saliva e hígado producen estas enzimas, pero parece que son necesarias porque si no, no habría leucocitosis. Los animales son la prueba de que la comida cruda da sanidad y la cocinada va poco a poco degenerando el organismo.IC: ¿Cómo fue el después de la operación?Cuando te dan el veredicto del cáncer, quedas abrumado porque dentro de tu organismo tenes un bicho maligno que crece y que hay que parar. Lo que yo no logro entender es que luego de la cirugía, cuando el operado sale, le dicen “bueno, ya está, cuídese, vaya a casa, viva feliz y tranquilo”. No previenen. En el dorso de mi libro aparece mi propuesta, no curar el cáncer, sino prevenir, cuando uno ya está limpio. Hay un tiempo prudencial donde uno puede y debe hacer algo para que no rebrote. Voy a citar a Albert Einstein: “locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados distintos”. Si en mi vida se produjo el cáncer, continuar viviendo igual producirá que vuelva. Lo único que hacen los médicos es extirparlo, no curarlo. La prevención es vivir sano.Yo llegue a la conclusión que nosotros somos biológicamente como los primates, comedores de frutas. Éstos eventualmente comen insectos para conseguir proteínas de origen animal. Nosotros, en cambio, podemos conseguir, sin matar animales, las mismas proteínas en los lácteos y huevos. Lo bueno de vivir en Giles es que se sigue consiguiendo del campo que contienen enzimas naturales.Actualmente las pirámides alimenticias están tomando forma de círculo y recomiendan un 50% de frutas y verduras. Poco a poco están llegando a lo que yo sostengo. La OMS recomienda para prevenir el ACV y el cáncer hacer ejercicio y reducir las grasas animales. Se están dando cuenta que el consumo de carne no es saludable.IC:¿Conoce otras referencias que lo comprueben?Hubo un pueblo en el Tibet donde se vivía de manera casi perfecta sin quererlo. Su expectativa de vida normal era de 110 años. Cuando la India era un protectorado británico mandaban a un inspector de salud que estuvo varios años viviendo allí. Hizo varios experimentos con las personas del lugar, quienes comían altas cantidades de frutas y verduras crudas. Llegó siempre a la misma conclusión: crudo da salud. Le sorprendió que en aquel tiempo no tuvo que atender casi a ningún enfermo. Solo lo consultaban por contusiones y accidentes producidos en sus recorridos por caminos escarpados hacia otros pueblos. Nunca vio una enfermedad degenerativa. Tal lugar no existe más porque después se hizo una carretera que pasaba al lado de ellos y la civilización los invadió. Seguro que ahora están tomando Coca Cola (ríe) y tendrán cerca algún supermercado que le venda comida procesada. Ese es nuestro mal, nosotros somos comedores de frutos.En 1978 el diario La Razón público un artículo, que aún conservo, sobre el doctor doble Premio Nobel, Linus Pauling, quien experimentó con enfermos de cáncer terminal y comprobó que inyectándoles grandes cantidades de vitamina C, vivieron el triple de lo que se esperaba científicamente. Él mismo antes de morir habló muy mal de la ciencia médica porque no le prestaron atención a sus descubrimientos. Esta explicación tan revolucionaria de lo que es la salud humana me resultaba difícil de imaginar. Esto me llevó a preguntarle cómo era vivir de esa manera. ¿Siente acaso otros malestares o incomodidades en su cuerpo?, ¿Conoce lo que es un dolor de cabeza o estómago? Sorprendido por mis preguntas me negaba cada una de ellas. “A nosotros nos da vergüenza no ir al médico, pero no comemos nada que nos pueda hacer mal”, confesaba seguro sobre su esposa y él. “La respuesta está en la naturaleza”, concluyó esperanzador.