No sos vos
15 de abril.Era un martes como cualquier otro. Luisa se dirigía a la universidad en bicicleta. Como cada mañana pedaleaba tranquilamente mientras escuchaba música y se dejaba llevar por ella. A mitad de camino se detuvo en el kiosco del amigo de su padre. Don Pepe la atendió con una alegre sonrisa.-¿Qué vas a llevar pequeña Luisa?-Lo de siempre- contestó afectuosamente.Pepe tomó de la heladera una lata de jugo y la colocó adentro de una bolsa junto a un paquete de galletitas de chocolate. La joven se despidió con un saludo amoroso, tomó su bicicleta y se dispuso a seguir su recorrido. Pero en ese instante, alguien la chistó desde un auto para hacerle una pregunta. Era un muchacho robusto con una mirada incómoda que tenía una marca en la mejilla que le llamó mucho la atención.-Thames y Güemes, ¿es por acá?- preguntó aquel hombre con un tono seco y poco amable.-Es en esta esquina.El hombre agradeció el dato y siguió. Luisa se quedó observándolo, algo había en él, además de su rostro, que la inquietó en ese momento. Sin detenerse demasiado en ese pensamiento, siguió avanzando. Llegó al semáforo, la luz roja la detuvo y allí aprovechó ese minuto para ver la hora. Al mirar su reloj se dio cuenta de que se le estaba haciendo tarde. El semáforo se puso en verde y Luisa retomó su camino.Luego de circular dos cuadras vio a un hombre casi idéntico al que le preguntó la dirección un instante antes. Estaba sentado en la plaza Alvear, leyendo un diario. Lo vio por casualidad, cuando su mirada se desvió hacia la fuente de agua que solía apreciar desde pequeña. Tuvo que girar nuevamente la cabeza para comprobar que se trataba del mismo sujeto.Invadida por la duda la jovencita siguió pedaleando, no podía detenerse en sus cavilaciones. Debía llegar a tiempo a la universidad y no tardó en hacerlo; solo quedaban dos cuadras.Llegó, ató la bicicleta con un candado y aceleró su paso para entrar al aula.-Lunardi, en el fondo hay lugar, la clase aún no comenzó.El profesor de Química era muy estricto e irritable, le molestaba la impuntualidad y Luisa era experta en eso, aunque esta vez no se había demorado tanto. Otros martes la impuntualidad se había notado más. Durante las dos horas de clase Luisa se mantuvo callada y concentrada, pero por momentos su mente volvía al episodio de esa mañana, recordando los rostros de los hombres.Cuando el profesor se despidió, la joven juntó sus cosas y se dirigió al patio. Allí se encontró con Marco para charlar como lo hacían habitualmente, pero era evidente que ese día estaba nerviosa.-Nena, ¿qué te pasa? Te noto rara- la increpó.-Tuve una mañana extraña, me encontré con dos tipos casi iguales.-Cómo, ¿gemelos?- le dijo Marco entre risas.-No, eran tipos diferentes, me los crucé en dos lugares distintos, uno en la salida del kiosco de Pepe y el otro en la plaza. Uno me preguntó una dirección, y el otro leía el diario. Pero lo que me inquietó fue la mirada del primer hombre y la apariencia del segundo.El timbre sonó y Luisa volvió a clase.Durante las dos horas que restaban de la mañana, sus pensamientos quedaron desviados hacia esos hechos fuera de lo común que la habían inquietado.El mediodía llegó rápido, Luisa tomó sus cosas y se dispuso a volver a casa. Su mamá la esperaba para almorzar.Tres cuadras antes de llegar, un auto similar al de esa mañana se le cruzó y la obligó a detenerse.La joven paralizada no ofreció resistencia a la brutalidad con la que un hombre la introdujo dentro del auto. Una vez en el vehículo, no pudo contener el llanto al darse cuenta que quien estaba sentado al lado suyo era el hombre cuyo rostro aún recordaba. Sin mediar palabra alguna, le dieron un golpe que la dejó inconsciente. Cuando retomó la conciencia, se encontró amordazada y atada a una silla, dispuesta en un ambiente oscuro y abandonado.Cuando logró acostumbrarse a la falta de luz, pudo reconocer una puerta y una ventana. Por la ventana entraba una débil luz que le permitió darse cuenta de que estaba oscureciendo. Quiso gritar y la mordaza no se lo permitió; sí pudo llorar. Pero su llanto se vio interrumpido cuando escuchó unas voces que provenían de la habitación contigua. Se concentró para oír lo que decían y quedó perpleja al creer que una de esas voces le pertenecía a Lucas, su ex novio. Luisa quedó horrorizada al recordar la última frase que había cerrado la brutal relación que los unió por tres años: ‘’vos siempre vas a ser mía, te lo voy a demostrar’’.Pensó que todo era una locura, pero la realidad le demostró lo contrario.De repente, alguien se asomó a la habitación, y enseguida se dio cuenta que no era su secuestrador. Aquella persona era más delgada y alta. No tuvo dudas de que se parecía a su último novio. Más segura estuvo cuando por la puerta entreabierta vio colgado en la pared el cuadro que ella le había regalado para su segundo aniversario. Ambos admiraban el arte.La certeza no tardó en llegar.Él prendió la luz y se le acercó hasta ponerse frente a ella. Sin otra expresión que la de un rostro sombrío y totalmente dominado por la ira expresó: ‘’siempre vas a ser mía’’.Las palabras fueron crueles. Los golpes la hicieron sufrir. Las plegarias no fueron suficientes. El odio pudo más. La falta de razón dominó al otro.… Tres días después, la policía junto a su familia halló a Luisa sin vida.