Por Abril Gold*Cuento ganador en la categoría menores del VIII certamen literario Alejandro Vignatti
Era el seis de noviembre a las 9.17 a.m. Tomaba los últimos sorbos de mi café dispuesto ya a marcharme cuando te vi.Allí estabas, frente a mí. Llevabas un abrigo Montgomery negro y una bufanda de lana color carmesí que hacia juego con tu gorro.Pasé algunos minutos observándote. Leías un libro y luego de pequeños intervalos escribías en el con un lápiz. Tiempo más tarde lo supe, los miércoles procurabas leer clásicos, para ser más culta decías. Pero, lo que realmente hacías en ese tiempo, era marcar las palabras desconocidas que te gustaban o sonaban bonitas para luego empezar a implementarlas.Tras unos quince minutos, en los que no hice más que observarte leyendo, cerraste el libro y contemplaste el ambiente, los árboles y hasta los pájaros por un buen rato. En ese momento, estoy seguro, me enamoré.Durante esa álgida mañana de otoño, el viento soplaba sutilmente produciendo un balanceo entre las hojas de los árboles que forzosas lograban mantenerse en su rama. El sonido del follaje jugando junto a la brisa, en compañía de suaves ráfagas con aroma a café, generaban un ambiente pacífico y extremadamente sereno, propio del otoño.Tan hermosa como desapercibida en esta época del año; es que pocos son los que aprecian la belleza de esta silenciosa estación. Pocos, son los que ven la magia de la fronda cambiando de colores y su posterior caída en forma de lluvia; que además de no mojar, deja los restos de sus hojas en el suelo divirtiendo a más de un niño sonriente que con eufórica energía las pisa creando diversidad de sonido.Quizás por eso captaste mi atención. Vi una parte de mi reflejada en ti, algo que buscaba hace tiempo, ya casi sin esperanzas. Alguien que siguiera apreciando las pequeñas cosas. Alguien no adaptado al mundo.Yo estaba sentado en un banco, ese que me permite observar a las personas sin que me vean. Y no me malinterpreten, solo lo hago como pasatiempo, de hecho, es uno de mis favoritos. Les aseguro que puede asombrarlos la diversidad de personas, situaciones y actitudes que saben encontrarse allí.A pesar de que el Parque del Retiro estaba colmado de personas y turistas que pasaban por él a diario, no lograba despegarme de esa sensación de soledad que me perseguía desde hace mucho tiempo. Fue entonces cuando te vi, y supe que mis días de soledad habían llegado a su fin.Me encontraba como en un estado de hipnosis, deslumbrado ante tu belleza. Tal vez fue eso, y mi torpe timidez el motivo por el cual no me acerqué a hablarte, ni te seguí cuando te marchaste de aquel banco.Continúe en ese estado de asombro y obnubilación por algunos minutos más. Cuando la conciencia retornó a mi cuerpo comencé a correr desesperadamente sin rumbo alguno, sin saber hacia dónde ir; pero era demasiado tarde.Indignado y lleno de cólera por no haber actuado a tiempo, regresé a mi departamento. Busqué tu cara entre la multitud durante todo el recorrido; pero todo esfuerzo por encontrarte fue en vano. Solo conservaba el recuerdo de aquellos ojos grises y aquellas ondas sutilmente castañas que danzaban junto al viento.El tiempo pasó; primero fueron días, luego semanas y luego meses que finalmente se convirtieron en años. Jamás dejé de buscarte, aunque con el tiempo fui perdiendo esperanzas.Durante los primeros cinco meses regresé al Parque del Retiro, al mismo banco y a la misma hora que aquella mañana de noviembre. Nunca me retrasé mi un minuto, incluso llegaba antes de tiempo. Te buscaba entre las personas cada vez que caminaba hacia algún sitio. Podría reconocer tus ojos entre millones fácilmente; pero por más que te busqué incansablemente, no logré encontrarte.Pasaron así dos años desde aquel fortuito encuentro en el parque del que nunca fuiste consiente. A pesar de que ni siquiera sabía tu nombre, esos minutos en los que te vi me valieron de gran inspiración: la venta de mis libros y escritos comenzó a aumentar y muchas empresas empezaron a llamarme para que escribiera columnas en sus revistas; por lo que decidí dejar algunas horas como profesor universitario para seguir probando suerte.Como cada sábado a la mañana, partí hacia la biblioteca. Siempre me gustaron las bibliotecas, tienen ese aura de templo religioso en el que se entra con respeto y se mantiene el silencio para no molestar a los que van a leer. Suelo pensar en ellas como un tipo de paraíso terrenal: pacífico y con personas que acuden movilizadas por el mismo placer, el de la lectura y el aprendizaje.No me caracterizo por tener un género definido a la hora de leer, pero me gusta variar y hurgar entre títulos y autores desconocidos, por lo que generalmente me encuentro trepando en las escaleras en búsqueda de nuevos libros.Eso hacía aquella mañana, cuando intentando alcanzar un ejemplar que captó mi atención dejé caer un tomo enciclopédico por accidente. Pero antes de poder siquiera bajar la mirada, una voz suave y dulce soltaba un tímido y silencioso quejido de dolor, que me obligó a mirar hacia el suelo rápidamente.Al notar el color de los ojos que me observaban desde abajo mi cuerpo se paralizó, haciéndome perder el equilibrio y caer de la escalera:“¡Señor!, ¿se encuentra bien?”, me dijiste tras correr a mi ayuda.Y a decir verdad, estaba mejor que nunca.Luego de unos segundos de confusión, me obligué a pararme. No iba a permitirme dejarte ir una vez más; no sin al menos hablarte primero:– Creo que yo soy quien debería hacerle esa pregunta.¿Se encuentra usted bien señorita?– Estoy bien, solo fue el susto, no se preocupe.En ese momento, bajaste tímidamente la mirada haciendo que la luz se volviera más tenue, mientras levemente, tus mejillas tomaban un color rosado que aumentaba gradualmente.Entre accidentes y disculpas, comenzamos a dialogar como dos niños aburridos que viajan impacientes en un colectivo. Me contaste que eras de Mendoza, Argentina; que eras maestra y que hacía ya varios años que vivías en Madrid. Después de algunos minutos de charla, te despediste:– Lamento tener que irme, pero se me está haciendo tarde. Fue un placer conocerlo.– El placer es mío, y lamento mucho el incidente del libro.Luego de esbozarme una tímida sonrisa comenzaste a alejarte.Una voz proveniente de mi interior comenzó a hablarme: “La estas dejando ir otra vez. La vida suela dar segundas oportunidades a quienes realmente las merecen; pero las terceras oportunidades solo están a cargo del azar, y él no es de fiar. Si realmente sientes una conexión con esa chica, si realmente crees que vale años de búsqueda desesperada y noches de insomnio, ve tras ella.” Y eso hice, justo antes de que cruzaras la puerta corrí hasta donde estabas y te dije:– ¡Espera!Frenaste de golpe, diste media vuelta y aguardaste a que siguiera hablando.– Me siento realmente apenado por el incidente del libro, ¿aceptarías si te invitara un café como muestra de disculpas por mi torpeza?Luego de una sonrisa, que por cierto me dejó alelado, aceptaste. Te pregunté tu nombre, y me respondiste que te llamabas Elena. Finalmente, me diste una tarjeta con tu número de teléfono y te marchaste.Después de aquel día en el café todo se volvió color de rosa. Comenzamos a pasar mucho tiempo juntos, a compartir tardes, helados, largos paseos por el Parque del Retiro, visitas a la biblioteca, películas acompañadas de café y chocolates, e incluso noches en mutua compañía.Habría asegurado que me encontraba en el nivel máximo de enamoramiento la primera vez que te vi, esa fría mañana de otoño en el parque. Sin embargo, me habría equivocado, porque cada día que pasaba sentía que te amaba todavía más.Amo como las horas pasan más rápido si estoy a tu lado. Amo escucharte cantar a todo pulmón durante tus largas duchas. Amo la manera en la que presionas los dientes por las noches, aunque el sonido me despierte a veces. Amo tu inseguridad a la hora de elegir los sabores del helado, dudas un rato en tu elección, pero al final siempre te decides por lo mismo: frambuesa y chocolate. Amo los pocitos que se forman en tu mejillas cada vez que sonríes, y el degradé de tus pecas. Amo como tocas tus orejas siempre que te sientes nerviosa o incómoda. Amo ese cosquilleo que recorre mi cuerpo cada vez que me acaricias o te duermes sobre mí, en esos instantes comprendo que podría pasar el resto de mi vida solo observándote dormir.No logro entender como puede ser posible amar tanto a una persona, y mientras más tiempo pasamos juntos, el amor que siento por ti se vuelve más infinito, y más te extraño cuando no estás conmigo.Así pasaron los meses, entre risas y besos. Comenzaba a acercarse el verano, y con él las vacaciones. Como hacia un par de años que no veías a tu familia, decidimos viajar a Mendoza.La idea me entusiasmó desde el principio, conocería a tu tan amado país y también a tu familia por primera vez. Así fue como entonces, el cinco de junio, partimos hacia Argentina.Cuando llegamos al aeropuerto al aeropuerto de Mendoza, nos recibieron tus padres, que sonreían y nos saludaban con euforia. Tu mamá te abrazaba con incontenible emoción de volver a verte después de años, derramando lagrimas provenientes de lo más profundo de su ser. Entretanto, tu padre me abrazaba a mí, mientras me decía “¡Bienvenido muchacho!”, y a pesar de ser quien había tenido la osadía de tomar a su pequeña y de que era la primera vez que me veía, podía sentir verdadero cariño en aquellos abrazos.Después de un viaje de cuarenta minutos en auto, durante el cual pude apreciar unos paisajes de una belleza inigualable, llegamos a tu casa. Tus hermanos, Mariana y Facundo, habían preparado el tan famoso asado argentino para nosotros. Luego de un almuerzo de largas charlas, recuerdos y deliciosa comida, nos fuimos a descansar; el viaje había sido muy largo y aún disponíamos de quince días para disfrutar.Fue al día siguiente a la hora del té, mejor dicho, del mate, cuando llegó la señora Juana de visita. Me dijiste que era una vieja vecina a quien conocías desde que tenías tres años.Juana era una señora muy amable y alegre. Me contó que había perdido a su hija en la última dictadura militar argentina. También me habló sobre las torturas, las desapariciones y la inmensa tristeza por la que pasó el país en aquellos años. Me dijo que su hija se llamaba Matilde, que estaba embarazada cuando fue secuestrada, y que los niños que nacían durante el secuestro de sus madres eran entregados a otras familias adoptivas. Desde el fin de la dictadura, las mujeres, desesperadas por encontrar a sus nietos (y no a sus hijos ya que la mayoría de los secuestrados fueron asesinados posteriormente a su tortura) formaron una asociación llamada “Abuelas de Plaza de Mayo”, de la que Juana era parte, que se ocupaba de encontrar a los nietos desaparecidos durante la última dictadura militar. La asociación logró recuperar 115 nietos y aún sigue buscando a los restantes.Mientras escuchaba los desgarradores relatos de lo sucedido en aquellos años y el horror que acompañaba a tantos años de violencia en Argentina, tuve una sensación extraña, que difícilmente podría explicar con palabras y un inmenso dolor recorrió parcialmente mi cuerpo.Juana nos comentó que viajaría a Buenos Aires la próxima semana, ya que había una posible compatibilidad entre su sangre y la de otra persona nacida durante los años de la dictadura militar, y que estaba dispuesta a llevarnos si deseábamos pasar allí algunos días. Nos pareció una buena idea, serian como unas vacaciones dentro de las vacaciones, y yo conocería la gran capital.Llegamos a Buenos Aires en la mañana del 12 de junio. Recorrimos los barrios de La Boca, Recoleta, Caballito y Palermo; todos tenían alfo que los caracterizaba. La ciudad era hermosa, tenía una gran variedad de edificios, con arquitecturas muy diferentes y mucha historia. El cuarto día decidimos acompañar a Juana a la sede de “Abuelas”. Me pareció una gran posibilidad la de conocer un lugar con tanto significado y también creímos que sería necesario brindarle nuestra compañía a Juana en un momento tan importante para ella.Cuando llegamos al edificio, te marchaste junto a Juana para ayudarla con sus trámites y darle tu apoyo, fue entonces cuando conocí a Pablo.Me encontraba mirando las fotos con las leyendas de las paredes cuando, al ver mi interés en el tema, se acercó a mí. Pablo era hijo de desaparecidos. Me dijo que había descubierto su verdad hacia siete años y que desde entonces formaba parte de la asociación como voluntario. También me mostró las instalaciones del lugar y me contó en profundidad la historia de la última dictadura militar. Después de una larga charla, nos despedimos y yo caminé hacia un café cercano para esperar tu regreso junto a Juana.Durante ese tiempo a solas que pasé en el café, reflexioné profundamente. El relato de Pablo me había dejado perplejo. El solo imaginar el sufrimiento de esas personas junto a tanta opresión me producía una inexplicable tristeza, y me tocaba en lo más profundo de mí ser, como si hubiese sido parte de ello.Pasaron los días y en lo único que mi cabeza pensaba era en la dictadura. A pesar de que a lo largo de la historia habían ocurrido sinfines de hechos llenos de horror, en los que se violaba a los derechos humanos hasta el punto tal de provocar la muerte de millones de personas, como en el holocausto; las guerras mundiales o la de Irak, entre tantas otras guerras; o la bomba atómica en Hiroshima, no entendía por qué particularmente este suceso me provocaba tales sentimientos.Lo cierto es que había algo más, algo que sabía hace mucho tiempo pero que no despertaba mi interés para buscar la verdad, ni volvía a mi memoria frecuentemente: yo era adoptado, mis padres adoptivos me lo habían dicho antes de que cumpliera cuatro años. No querían que creciera en una mentira, por lo que me dijeron todo lo que ellos sabían. Sin embargo, lo único que pudieron contarme sobre mi verdadero origen es que habían sido traído desde Sudamérica.Lo tenía todo, siempre había sido feliz y mis padres me amaban, por lo que no me importo demasiado que mi madre no me hubiera tenido en su vientre durante los nueve meses de mi gestación, ni que mi padre no hubiese sido el portador del espermatozoide que me formó. Para mi ellos eran mis padres a pesar de esas pequeñas cosas, siempre habían cumplido su función de la mejor manera; y me sentía bien así. Pero eso había cambiado, desde que llegué a Argentina me había sentido como en casa, la calidez de la gente; las comidas; las costumbres… Algo en mi interior me decía que pertenecía a este lugar.Fue así como en nuestro último día en Buenos Aires decidí dejar una muestra de mi sangre y esperar luego una respuesta, después de todo, había nacido en 1980 y en Sudamérica, nada perdería con solo intentarlo.Volvimos a Mendoza. Luego de pasar nuestros últimos cinco días de descanso en la casa de sus padres regresamos a Madrid, y así también a la rutina.Me gustaba mi vida, nuestra vida. Ahora tenía con quien compartir largas charlas, cenas y hasta mi almohada. Hacía tiempo que mi menú de comidas había incrementado considerablemente: pase de comer arroz y fideos a diario, a tener una enorme variedad de platos que incluían carnes, pescados, pastas y los mejores huevos estrellados de todo Madrid. También mi ropa olía diferente ahora, a pesar de que yo he sido siempre un hombre limpio y muy ordenado. La diferencia es que ahora mi ropa era lavada con amor. Incluso noté que los inviernos no eran tan fríos a tu lado. Ya no podía controlar aquel sentimiento, cada día que pasaba me enamoraba inmensamente más de ti.Habían pasado ya tres meses desde nuestro regreso de Argentina. Comenzaba a caer el ocaso cuando llegué a mi departamento luego de trabajar, sin darme tiempo apenas a tocar el picaporte el teléfono empezó a sonar. Con el pie derecho le di un portazo a la puerta mientras, haciendo equilibro sobre el pie izquierdo, arrojaba mi maletín hacia un costado y atendía el teléfono vertiginosamente.La llamada provenía de Argentina, lo que me resultó extraño ya que tu familia solía llamarte mediante Skype o al teléfono móvil. Al otro lado de la line una voz femenina muy suave me saludaba, era una asistente de la oficina de Abuelas de Plaza de Mayo. La mujer llamaba para informarme que el test de compatibilidad había dado positivo, era hijo de desaparecidos. En ese momento mi mente se puso parcialmente en blanco, y a pesar de que la mujer seguía hablando a través del teléfono, ya no pude escuchar nada. Mis piernas se aflojaron, por lo que se me dificultaba mantenerme de pie y toda mi piel estaba completamente erizada. De pronto mi corazón se aceleró y mis lágrimas, la muestra más visible del dolor, empezaron a brotar inundando mis ojos. Estaba en un estado de desconcierto inmenso, y lo único que hacía era llorar, derramando infinitas lagrimas que se deslizaban por mis mejillas hasta caer. Es increíble que en una cosa tan pequeña como una lagrima quepa algo tan grande como un sentimiento.Luego de cinco minutos, que parecieron siglos viajando por los distintos años de mi vida, abriste la puerta. Al verme en ese estado supiste instantáneamente lo que estaba pasando y me abrazaste, fuerte, tan fuerte que por unos segundos volviste a unir todas mis partes rotas.Esa noche casi no dormí, me sentía un rompecabezas: tenía todas las piezas de mi vida, pero eran demasiadas y estaba muy confundido como para poder unirlas. Después de carias horas de desvelo y reflexiones llegué a la conclusión de que todo era cuestión de tiempo, que de a poco iría uniendo las piezas de mi rompecabezas, aunque me llevara años, y que comprendería el porqué de algunas cosas y aprendería a aceptar varias otras carentes de explicación.Me llevó años adaptarme y aceptar mi nueva vida. Dos años después de aquella noticia que cambió mi vida, nos mudamos a Buenos Aires. Yo conseguí trabajo en varias universidades, vos empezaste a trabajar en una escuela, donde recibías un buen sueldo y practicabas a diario tu vocación de maestra. También me uní como voluntario a la organización de Abuelas; mi función es la de dar charlas en distintos lugares asegurándome de que todos sepan la historia de quienes ya no pueden contarla.Hoy, cuatro años después, puedo decir que mi rompecabezas está por fin terminado. Mi nombre es Marcos Gaetano, nací en cautiverio el 12 de abril de 1980; mis padres, Clara Mariani y Agustín Gaetano, fueron secuestrados durante la última dictadura militar argentina cuando tenían 22 años. Los restos de mi padre fueron identificados hace ya varios años; de mi madre nada se sabe. Un militar a cargo del centro clandestino donde nací sabia de la imposibilidad de mis padres de tener hijos, les dijo que en Sudamérica había muchos orfanatos con niños de los distintos países que necesitaban un hogar, pero jamás mencionó el verdadero origen de esos niños ni que en realidad no eran huérfanos. Así fue como llegué a Madrid.Yo tenía una vida en donde creía ser una persona que en realidad no era. Ahora sé quién soy. Y vos, ¿Sabes quién sos?