Redacción Infociudad 


Por años, la postal de Giles se basó en su tranquilidad y la cordialidad entre vecinos. Ese contrato implícito de convivencia, sin embargo, se está rompiendo, y uno de los rings donde se dirimen las nuevas tensiones son los espacios públicos, en especial, sus plazas.
Lo que era un lugar de encuentro y paseo, se ve intervenido por una dinámica que irrumpe con la vida cotidiana: grupos de jóvenes consumiendo alcohol y marihuana en cualquier momento, parlantes a todo volumen que destrozan la dinámica de pueblo y la sensación de inseguridad que crece.
De hecho días atrás un video que se viralizó mostró este lado en primera persona, cuando la Plaza San Martín, corazón de la ciudad, se convirtió en un cuadrilátero de lucha ante la vista de todos, registrándose una pelea de mujeres en un espacio diseñado para el juego y el esparcimiento familiar.
Un poco más atrás, el centro cívico del pueblo también fue el escenario de una pelea que terminó con chicas hiriéndose con armas blancas.
Este fenómeno no es nuevo; lleva tiempo gestándose. El problema ya no es solo la falta de bancos o veredas en buen estado, sino la ausencia de un acuerdo social y, fundamentalmente, la falta de orden sobre el uso de los espacios comunes.
El espacio público debe ser un lugar para fortalecer la sociedad, no para intimidarla. Cuando las rondas de consumo y los ruidos excesivos coartan el paso de los peatones, ahuyentan a los niños que aprenden a andar en bicicleta y fuerzan a los abuelos a volver a casa, esa plaza deja de ser de todos.
Sin pudor se consume a plena luz del día. Sin pudor se impide el paso de vecinos.
La sensación generalizada es que “nadie le pone el cascabel al gato”. El municipio parece haber olvidado la importancia de la regulación cívica.
La problemática actual exige una mirada más profunda que la mera vigilancia (tal como se ve reflejado en operativos recientes). La presencia de jóvenes, y en muchos casos menores de edad, consumiendo sustancias a las cuatro de la tarde de un martes, no es solo una falta de ordenanza; es un grito de auxilio social y sanitario.
Aquí reside el nudo gordiano del problema. ¿Dónde está la articulación entre el área de Seguridad y la Secretaría de Salud? ¿Qué programas preventivos y de contención existen para abordar el consumo problemático en menores y jóvenes? ¿Dónde están quienes tienen responsabilidades sanitarias en temas de adicción?
Giles ya no puede considerarse inmune a los problemas de los grandes centros urbanos. La realidad del consumo, la violencia y el deterioro se ve en pleno centro y a plena luz.
Las autoridades municipales tienen la responsabilidad de recuperar los espacios, pero también la obligación de mirar el porqué detrás de las drogas. Si la ciudad quiere seguir siendo tranquila y cordial, es imperativo que las autoridades dejen de mirar hacia otro lado y aborden esta crisis social y sanitaria con la seriedad que amerita.
Mirar no es suficiente. Es hora de actuar.