La gran mayoría de los gilenses conocemos a la localidad rural, tan característica por sus hornos de ladrillos, como “Cucullú”. Ese tilde final se enfatiza en cualquiera de los relatos cotidianos, incluso a la hora de escribir el nombre del pueblo también se utiliza. Sin embargo, la forma correcta es otra y para conocerla tenemos que ir al principio del cuento.
En 1842 un barco mercante de bandera española llegó a Buenos Aires. Su capitán Don Simón de Cucullu -sin tilde- y Arrante, trae a sus hijos Juan Simón e Isidro a que se queden en estas tierras. La amenaza de una guerra civil en España fue motivo suficiente para el padre de familia.
Tras cinco años en Argentina, finalmente los Cucullu llegaron a Giles. Al principio llevaron a cabo actividades comerciales variadas, luego compraron tierras y con el paso de los años se animaron a formar diversas familias. El “tranway rural” instalado por los hermanos Lacroze, en ese entonces, corría desde la estación Chacarita y se iba ampliando a localidades rurales del interior bonaerense. Don Simón de Cucullu, viendo las ventajas de la ampliación del ferrocarril, decidió donar tierras para fundar la estación. Ante escribano, el 29 de octubre de 1898, la donación se hizo efectiva.
Y como sucedió en todos los lugares donde un tren llegó, la vida comenzó a vibrar de otra manera. Llegaron nuevos pobladores, se crearon oportunidades laborales y el pueblo se fue formando bajo la denominación “Cucullu” en homenaje al “que la vio” como dicen hoy los jóvenes.
Con el paso del tiempo, Cucullu fue adoptando las características que hoy podemos admirar. Los inmigrantes europeos iniciaron actividades agrícolas a las que se fueron sumando los tradicionales hornos de ladrillos y criaderos de ave.
Pero la revolución de la comunidad fue con la inmigración interna procedente del litoral. El grupo social se diversificó con la llegada de familias que encontraron en Cucullu un lugar para trabajar y soñar con una vida mejor. No fue fácil, porque fueron ellos quienes desempeñaron los trabajos forzosos de la época teniendo que incluso luchar por mejores condiciones laborales.
El nuevo milenio tiene a un Cucullu en pleno apogeo. Entre sus habitantes se dio una nueva migración de hermanos bolivianos, una escuela a la que se puede ir del jardín hasta el secundario, un club que a pesar de los vaivenes sigue creciendo, su capilla radiante, una cooperativa saludable económicamente, casas de campo para turistas y nuevos barrios que se van formando con gilenses y nuevos visitantes que andan buscando la paz de nuestros pagos.
La estación lamentablemente no tiene el brillo que debiera tener, ni tampoco la estructura del pueblo ha tenido una inversión suficiente. Sin embargo, el empuje de sus pobladores y el amor por la casa común seguramente harán posible que Cucullu siga creciendo de manera ordenada y con servicios.
Difícilmente podamos adoptar la correcta terminología aquellos que cariñosamente, por costumbre o por desconocimiento, llamamos a la localidad como “Cucullú”. Aunque, si la historia se mantiene viva entre nosotros, cómo se pronuncia o se escribe es un detalle menor, porque la obligación sigue siendo querer y cuidar a Cucullu.
Datos aportados por la vecina Lidia Pagano y un recorte periodístico del Semanario Hechos.