¿Qué hace tu papá?
—Mi papá es periodista —responde mi hija de 4 años, con voz firme a la pregunta de su amiga, mientras juegan en una tablet a cocinar helados y otros postres. La concentración es total.
Su amiga, la mira con cara de “¿y eso qué sería?”.
Yo estaba en la mesa del comedor escribiendo una nota en la computadora que más tarde saldría en Infociudad.
La sincera charla me llamó la atención, pero no me sorprendió. En este 2025 lleno de algoritmos, posteos programados y titulares que duran lo mismo que un suspiro, decir “periodista” ya no aclara tanto como antes. A un veterinario lo imaginás con un perro; a un médico con un estetoscopio; a un contador con una calculadora o, mínimo, con ojeras. Pero… ¿a un periodista?
Si la tele se usa para mirar Youtube, si los kioscos no venden más diarios ni los domingos el papel adorna la mesa, si la radio ya no logra captar nuevos oyentes, si los portales se mezclan en las redes sociales con contenidos de todo tipo y color. Entonces, ¿Qué puede ser un periodista para quienes recién están comenzando a conocer el mundo? ¿Qué es un periodista para aquellos que definen si algo existe o no en función de si aparece en TikTok?.
Y ahí es cuando uno se empieza a cuestionar todo.
Porque ser periodista hoy no es tan fácil de explicar. No se hereda por título, ni por seguidores, ni por “estar en los medios”. Tal vez el periodista es el que investiga, el que cuenta cosas que a veces nadie quiere leer, ni escuchar, ni ver… pero que igual hay que contar. El periodista, tal vez ya es un artesano que debe ocuparse de que la noticia diga “acá estoy” entre tanta información o de sembrar algo de “verdad” en un territorio minado de malas intenciones.
En fin, el periodista se enfrenta a varios problemas. Uno es que el público ya no está donde estaba. Son menos los que prenden la radio para saber qué pasó, y sí se enteran en redes. La gente no espera el noticiero de las ocho, porque a las ocho ya es viejo todo. Los influencers, los creadores de contenido —esa categoría que engloba desde chefs hasta señoras que dan consejos con un filtro de perrito— compiten por la atención con quienes en algún momento eran “palabra santa”. Y muchas veces ganan.
Y encima, ahora apareció la inteligencia artificial, esa amiga traicionera. Que te ayuda, claro. Te sugiere títulos, corrige errores, arma informes en segundos… pero que también, si te descuidás, te escribe una nota sin haber pisado la calle ni haber hablado con nadie. Y así, entre algoritmos, todo empieza a parecerse a una gran farsa: ¿esto lo escribió una persona o lo generó una máquina con ansiedad?
Entonces, ¿Para qué sirve un periodista hoy? ¿Qué hace ese ser humano que no puede competir ni en velocidad ni en espectacularidad con las nuevas formas de “informar”?
Sirve, justamente, para lo que no pueden hacer las máquinas ni los influencers: dudar. Hacerse preguntas molestas. Escuchar sin guión. Oler el miedo en una sala de prensa. Captar el silencio incómodo después de una respuesta. Pararse frente a la verdad aunque sea incómoda o impopular. Y, sobre todo, entender que la información no es un producto sino un derecho.
El periodismo no se mide por “likes”. Ni tampoco las gestiones o la labor de las autoridades son exitosas cuando las métricas acompañan. El periodismo se mide en gran parte por el silencio de los que se quedan sin argumentos. También con la cantidad de temas que se instalan en la agenda después de ocupar minutos de aire o salir en los portales. Se mide cuando por la calle, las y los vecinos empatizan con el relato y la descripción de la realidad que hace ese periodista que siente.
Así que sí, para mi hija explicarle a su amiga qué hace un periodista hoy es difícil. Pero tal vez se lo pueda resumir con una sola frase:
—Mi papá cuenta lo que otros prefieren callar.
Y si no lo entienden ahora, lo va a entender el día que alguien le mienta en la cara y necesite de un periodista que se anime a contarle la verdad.