Cuando ayer el tren de pasajeros volvió a aparecer por Solís, los rostros de los vecinos más grandes vislumbraron una emoción que estaba cargada de 30 años de espera. Al observar el avance de la locomotora, se vieron a ellos mismos viajando en aquellas antiguas formaciones que cubrían hasta el último rincón del territorio.

“Estoy feliz con que haya vuelto, me encanta“, confiesa Patricia, que es una de las tantas vecinas que formó parte de este viaje de prueba. Mientras habla, mira por la ventana, con una sonrisa que espeja la alegría que emana su mirada.

La privatización no solo clausuró ramales, sino que también se robó parte de la identidad de miles de pueblos rurales. La evidencia es Aníbal Bocca, un payador de Capilla del Señor, que creció a metros de la estación de Vagues y vio cómo repentinamente un día el tren dejó de pasar.

“Esto significa una emoción tremenda para mí, después de haber trabajado en el ferrocarril y de haber venido a Solís, a la primera escuela que vine” – celebra con lágrimas en los ojos – “Significa mucho para la gente del campo, para la gente que lo necesitaba. Esto es vida; es alegría; es gloria; es tener una formación como esta para poder salir un sábado, un domingo, y esperar la hora del tren conversando con un amigo en el anden. Esto es lo más lindo que puede haber“.

Las estaciones de Vagues y San Antonio de Areco confirmaron que la felicidad de Bocca era un sentimiento popular. Las dos paradas se vieron repletas de vecinos, que vitoreaban y saludaban como hermanos a completos desconocidos.

La reaparición de los vagones, significó un punto de inflexión para los vecinos que crecieron en los alrededores del ramal Mitre. De ahora en más, las estaciones dejarán de ser vistas como futuras casas tomadas o edificios a derrumbar, sino que se transformarán en espacios capaces de reproducir y conservar las identidades regionales.