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Historias de Malvinas: Antonio Deantoni y Andrés Morel

En el año 2003, la historiadora local Graciela León, publicó “De mi Pueblo a Malvinas”, un libro en el que recoge los testimonios de alguno de los veteranos gilenses de la Guerra de 1982.

El relato de Antonio Luis Deantoni

El 2 de abril de 1982 me encontraba con destino en la base aeronaval de Punta India, en la escuadrilla de reconocimiento. Al levantarme, me sorprendió la noticia como a todo el mundo, ya que el Operativo Rosario había sido secreto. Me comunicaron que el lunes volaría en un B80, avión en el que yo cumplía tareas de fotografía aérea, hacia Río Grande, Tierra del Fuego, donde vivo actualmente.

De inmediato vine a San Andrés de Giles para tranquilizar a mis padres. Les dije que no iba a ninguna parte y que ya había pasado todo. Mi mamá nunca se enteró de nada, lo supo después, por supuesto.

Por ese entonces, yo estaba casado y tenía dos niñas pequeñas.  Al día Siguiente partimos para Río Grande. En Tierra del Fuego,  realizamos reconocimientos aéreos en Ushuaia y en Río gallegos, porque a nuestras espaldas teníamos a los chilenos que se estaban movilizando.

Había quedado latente el tema de 1978, cuando estuvimos al borde de un conflicto armado, a horas de la guerra con Chile. Desde 1975 hasta 1982, yo trabajaba continuamente en la Cordillera, haciendo reconocimiento aéreo.

Al producirse el conflicto de Malvinas, los chilenos se fueron arrimando a la frontera. No hace mucho que se pudo verificar a nivel popular,  la colaboración del presidente Pinochet con la ministra Thatcher.  Dado que los chilenos fueron siempre muy bien recibidos en Argentina, de hecho en la Patagonia, el 50% de la población es de ese origen, creo que por lo menos no debieron dar a Inglaterra toda la colaboración que le brindaron, ya que siempre hablamos de  “hermandad”. 

La mayoría de los vuelos que se hacían de Argentina a las Islas, salían desde Río Gallegos y Comodoro, o de Río Grande, Tierra del Fuego. Está comprobado que desde Chile se informaba a Inglaterra del movimiento de esos aviones.

El 1° de abril de 1982 crucé a las Malvinas en un avión Breechcraft B80 con motor a explosión, que tenía un punto de no retorno. Es decir, que pasado ese punto, no se podía regresar porque no alcanzaba el combustible. 

El día anterior, había llegado un capellán de Fuerza Aérea, de pasó a las Islas. Aproveché para mandar una misiva a tío Roque Puyelli, que estaba también en su condición de capellán, en Puerto argentino.

Debido a mis tareas de reconocimiento en la frontera, pensaba que no volaría a Malvinas. Pero como me correspondía volver a la base en Punta Indio, cerca de La Plata, decidí presentarme como voluntario para cruzar porque, reitero, en la escuela me habían inculcado ese amor por malvinas que aún conservo.

Cuando bajé del avión y pisé las Islas, sentí una emoción indescriptible que no se puede explicar con palabras, sentÍ deseos de besar el suelo. Y orgullo, mucho orgullo. Además, pese a que hacía 20 años estaba en la Marina, jamás había visto tanto armamento y tanto desplazamiento, por lo tanto, me sentía impresionado y temeroso.

No tuve la suerte de encontrar a tío Roque, pese a que pasaba todos los días por el lugar donde se encontraban, no me crucé nunca con Mónaco y los otros muchachos de Giles.

Mi tarea en malvinas era la fotografía aérea a baja altura, especialmente sobre la Isla Borbón, donde se emplazó la base aeronaval. Nuestro avión no estaba artillado, es decir, no tenía la capacidad de abrir fuego.

La fotografía aérea tiene desde los tiempos de la Segunda guerra mundial una gran importancia. Los movimientos de tropas se hacen con las fotografías. Inglaterra tenía los satélites estadounidenses que le suministran información. La Fuerza Aérea Argentina hacía fotografía a gran altura, con aviones, los Learjet qué no podían ser alcanzados por el enemigo, pero Estados Unido entregó a los ingleses un misil capaz de alcanzar esas aeronaves que tampoco estaban artilladas.

Es así como lo de arriba al avión del Comodoro de la Colina. Pese a que no pertenecíamos a la misma fuerza, por razones de trabajo lo había conocido en Paraná. La Isla Borbón sufrió el ataque de comandos enemigos que destruyeron varios aviones. Allí estaban mis compañeros.

En cuanto a la parte de alimentos, donde yo me encontraba, había en abundancia. Era cuestión de racionarlos, porque cuando se produce el bloqueo, los aviones no pueden cruzar desde el continente y era la única forma de que los alimentos llegaran.

En cuanto a los soldados, yo estuve mayor contacto con el famoso y glorioso BIM 5. Por cuestiones propias de la fuerza, los grupos de los pilotos y personal de los aviones entre los que me encontraba, mirábamos con cierto recelo a los Infantes de Marina. Nosotros no somos tan aguerridos. Ellos, en cambio, solo piensan en luchar.

Pasado el conflicto, reconozco que se portaron de un modo extraordinario. Ellos prepararon pozos de zorro en una línea y luego más adelante, lo cual les permitía contar con refugios en caso de retroceder. Estaban comandados por el Capitán Robacio, que es un héroe.

Cuando se produce el primer ataque inglés, yo estaba en un hangar. Uno de mis compañeros perdió una pierna. En mi caso, regresé al continente por orden de la superioridad, ya que el tipo de avión con el que volaba no se podía mantener en Malvinas y menos operar, porque hubiese sido muy fácil abatirlo.

Cruzamos en pleno bloqueo, por lo tanto no fue un viaje de turismo. Los temores eran muchos. En esos momentos uno piensa mucho en la familia y se encomienda a Dios.

Al regresar, en Río grande nos decían excombatientes, hasta que expresamos nuestro pensamiento: somos combatientes, seguimos combatiendo y no es necesario tener un fusil en la mano para combatir. Todos tenemos que combatir por Malvinas. Ahora nos dicen veteranos.

Así como vinimos la mayoría, con orgullo, con la satisfacción de haber cumplido con nuestras tareas, hubo gente que volvió resentida. A algunos no les falta razón porque volvieron con muchas secuelas y fueron olvidados. Mientras allá se combatía, acá se jugaba el mundial. Un veterano dijo en un discurso que tuvimos que pelear contra Inglaterra, Estados Unidos, Chile, y la OTAN. Creo que la guerra no fue inútil, como se dice. Pienso que había qué hacerla sí o sí.

Por supuesto que no soy un especialista, simplemente yo tengo el sentimiento de soberanía. Por eso no creo cuando se habla por política o por ignorancia. El conjunto del país no sé si valora esta guerra. Los que si lo hacen son los que están directamente relacionados con los que fueron a Malvinas.

En Río grande, todos los sábados, se iza la bandera en diferentes plazas. Asisten el intendente, autoridades, vamos los veteranos con nuestra bandera y, aunque no es una gran concurrencia, se reúnen 150 personas. Se canta el himno y la marcha de la bandera. Esto ocurre todos los sábados a las 11 de la mañana, pese al intenso frío.

A veces, son 15 grados bajo cero y están ahí todos firmes: autoridades, delegaciones escolares, centro de residentes salteños, etcétera. De esta manera es como se va formando nacionalidad. Es cuestión de inculcarlo.

En el sur se vivió la guerra y es otro el sentimiento. Para el 2 de abril se realiza la vigilia el 1º, y luego el acto central, al cual acuden 25.000 personas pese al intenso frío. Ante semejante muestra de conciencia ciudadana, se resolvió que el acto oficial de conmemoración de los 20 años de la guerra, se cumplirían Tierra del Fuego, a donde acudieron veteranos de todo el país.

La vigilia se realizó en Río grande, y el 2 de abril, se conmemoró en Ushuaia. Tierra del fuego vivió muy intensamente el conflicto con Chile, y cuándo se hizo el plebiscito por él Sí o el No, con respecto a las Islas Picton, Nueva y Lennox, Tierra del Fuego, voto por un no unánime.

Acá, en la provincia de Buenos Aires, al estar tan alejado del escenario de la guerra, tal vez sea más difícil comprender ciertas cosas. Malvinas es hoy, para mí, un sentimiento. Es algo sobre lo cual hay que insistir con nuestros hijos, con las generaciones que vienen.

Yo estudié en la escuela nº 1 “José Manuel Estrada”, ubicada en Rivadavia y Belgrano. Recuerdo perfectamente a la directora de aquellos tiempos, la señora Ofelia García de Condesse. Ella nos inculcaba el tema de Malvinas: que son nuestras, que nos la robaron los ingleses. Todo eso, de a poco, se fue haciendo carne en los chicos de esa época.

Actualmente es muy importante que, tanto docentes como padres, hablemos a nuestros hijos sobre Malvinas, sobre lo que significa: no es un pedazo de tierra que ya no tenemos, es algo nuestro que algún día, estoy seguro, recuperaremos. Lo ideal sería recuperarlas diplomáticamente, sin pérdidas humanas, pero hay que defenderlas a rajatabla. Lo principal es la docencia, porque si a nuestros sucesores se les hace tomar conciencia de la soberanía, nadie nos pasará por arriba.

Yo juré la bandera, no la Constitución como se hace ahora. No juraría la Constitución porque, para mí, lo primordial es la bandera.

Me gustaría volver a Malvinas. Si pudiera tomar un avión, volaría hoy mismo a las Islas. Tengo fé que las vamos a recuperar por vía diplomática. Sería bueno que cada uno de nosotros aportemos un granito de arena para que esto suceda y no se pierda el tema y el ideal de malvinas.

(Tomado de una grabación del programa radial “Malvinas, La Perla Austral”, FM Cristal San Andrés de Giles)

Andrés Morel

En 1982 mi destino era el batallón de infantería Nº 2 en bahía Blanca. Cuando yo ingreso en el servicio militar, salió mi hermano Sixto, que es un año mayor que yo. A causa del conflicto, lo reincorporaron de manera que estemos los dos bajo bandera. Cuándo fue advertido esto, Sixto fue dado de baja y quedé yo. Sixto falleció hace poco en un accidente.

Embarcamos unos cinco días antes del 2 de abril, en el ARA Cabo San Antonio, sin saber hacia dónde navegabamos. Se trataba de un buque de desembarco que transportaba tropas, vehículos anfibios y otros elementos.

Un día antes, el 1º de abril, nos informaron que desembarcaríamos en la costa y dieron el visto bueno para que desembarcáramos. El 2, a eso de las 7 de la mañana, el Cabo San Antonio se acercó a la costa bajo la planchada, y desembarcamos los infantes y los vehículos anfibios. Nuestra tarea era formar una cabecera de playa para facilitar el acceso de los demás efectivos. Los del desembarco, nos quedamos en el lugar unos tres o cuatro días, porque aún había enfrentamientos con el grupo de avanzada. Allí es donde murió el capitán Giachino, jefe del Batallón de Infantería nº 1.

El paisaje que vieron mis ojos fue la playa arenosa, el campo y los numerosos cerros. Por medio de camiones, nos trasladamos luego a Puerto argentino, una vez que las Islas estuvieron bajo nuestro control. A llegar a la ciudad, vimos a los pobladores que, para usar un término criollo, se mostraban ariscos. No tomaron contacto con nosotros para nada, permanecían refugiados en sus casas. En Puerto Argentino ocupamos la base militar, y allí permanecimos hasta que hasta el final de la guerra.

Antes del 1º de mayo, cumplíamos tareas rutinarias exactamente igual a las que realizamos en Bahía Blanca. Aunque nuestro jefe no nos decía nada, nosotros comentábamos, tal vez lo intuíamos:

— Mirá que los ingleses se van a quedar y no venir.

La tarea principal era la de vigilar el puerto. Hacíamos recorridas y paradas .Se llamaba “parada”, cuando nos deteníamos y mirábamos atentamente alrededor. También recorríamos el pueblo; pero lo primordial eran las guardias en el puerto.

Todo estaba dividido en secciones y cada fuerza tenía su misión. Nosotros, como infantes de Marina, debíamos desembarcar, tomar posición y permanecer en el lugar. El 1º de mayo, sucedió lo que nadie esperaba: aparecieron los aviones ingleses. Primero escuchamos ruidos, bombas y los aviones.

Desde el lugar donde nos encontrábamos, veíamos esos ataques. Más tarde, llegaron las fragatas y se iniciaron los cañoneos permanentes. Sonaba la alarma y, si nos hallábamos durmiendo, debíamos levantarnos y buscar refugio.

Uno de mis grandes compañeros durante la guerra fue Gustavo Méndez, con quién actualmente me comunico telefónicamente. Recuerdo que en mi grupo había varios muchachos chaqueños.

Como la ciudad no era atacada por los ingleses, nosotros, de cierto modo, nos sentíamos más seguros y tranquilos: comíamos y dormíamos a horario, no estábamos demasiado expuestos. Pero teníamos una gran preocupación por los otros compañeros que luchaban y que sufrían. Hsta que al fin nos tocó a nosotros. Unos 15 días antes de finalizar la guerra, comenzamos a darnos cuenta que la situación iba mal.

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