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Actualidad

Historias de Malvinas: Daniel Avila

Recordamos el relato que el veterano Daniel Avila le brindó a Graciela León para el libro "De mi pueblo a Malvinas".

En el año 2003, la historiadora gilense Graciela León publicó “De mi pueblo a Malvinas“, un libro en el que se brinda información sobre las islas y se comparten testimonios de los vecinos que formaron parte del conflicto.

El relato de Daniel Avila

Cumplí mi servicio militar en la Novena Brigada Aérea de Comodoro Rivadavia. Cuando se produjo el desembarco argentino en las Islas Malvinas, hacía apenas dos meses que estaba incorporado. El 2 de abril, a las cuatro de la mañana, volamos en un Hércules al archipiélago, al cual llegamos al amanecer. Es decir que fuimos de los primeros grupos en pisar el suelo malvinense.

No hay ninguna descripción de la foto disponible.
Fotografía: Daniel Avila

Yo no sabía demasiado sobre las islas. Al aclarar, observamos a nuestro alrededor. Vimos tractores, camiones, acoplados, aviones y el mar, el mar rodeando todo.

Nuestra misión era la de cuidar el aeropuerto, descargar aviones y alargar la pista con unas placas especiales. Antes del primero de mayo, cada diez o quince minutos, aterrizaba un avión cargado con alimentos, municiones, combustible, cañones desarmados. Al combustible se lo guardaba en galpones, lo demás, se acomodaba a lo largo de la pista para tenerlas a mano.

También cumplíamos guardias para cuidar los aviones, los elementos y los aeropuertos. Nos levantábamos temprano, desayunábamos y nos dedicábamos a descargar los aviones. Todo era tranquilo y rutinario, hasta que se produce el ataque inglés del primero de mayo.

Yo estaba durmiendo en la carpa junto con otros soldados. Me despertó un ruido. Abrí los ojos y ví todo rojo. A tres metros de la carpa, estalló una bomba. Mato a nuestro compañero Bordón y la onda expansiva afectó a los demás, se ponian morados y se les hinchaba la cabeza.

 Héctor Ramón Bordón pertenecía a la IX Brigada Aérea y fue el primer caído de la Fuerza Aérea. Era oriundo de Goya, Corrientes.

Los que nos salvamos, quedamos debajo de la zona de vacío que produce el proyectil a explotar. A mi me cayó toda la tierra que levantó la explosión encima. Gritaba porque no podía incorporarme. Un Cabo, muy joven, de unos diecinueve años, de apellido Brizuela, comenzó a cavar hasta que me sacó.

A unos 50 metros del lugar donde nos encontrábamos, estalló el galpón del combustible. Esas imágenes fueron registradas por la televisión y los diarios. Aturdidos y desorientados, nos refugiamos en un “búnker”, es decir, en su sitio protegido. Allí permanecimos en calzoncillos, hasta que terminó el ataque. Veíamos pasar los aviones como si fueran juguetes. Algunos caían porque también le pegaban. La pasamos muy mal realmente todos los que estábamos allí, en el aeropuerto que fue el blanco de ese primer bombardeo.

1º de mayo en Malvinas, el comienzo de los ataques británicos
Imágenes del bombardeo al aeropuerto argentino relatado por Avila. Fotografía: Nicolás Kasanzew

A partir de ese ataque, llegaron los integrantes del Grupo Operaciones Especiales, el GOE. Eligieron a unos cinco soldados, entre ellos, yo, y nos llevaron a un sitio en el mismo aeropuerto, donde se encontraban una serie de maquinarias diversas de color anaranjado que los kelpers utilizaban para fabricar cemento. Se tendieron una lonas encima y se armó un refugio. Nuestra tarea consistía en ayudar a los integrantes del GOE, alcanzarles el equipo cuando se preparaban para salir de noche, acompañarlos en las recorridas por la isla, custodiar los elementos que tenían, limpiarles las armas.

Ellos se ocupaban de misiones comando, sabotaje, colocación de minas, etc. En una ocasión, uno de ellos estaba hablando a través de una radio Motorola. Recibió entonces el impacto de un misil especial que se denomina comunmente “a cuerpo”. En ese caso, el misil fue atraido por las ondas sonoras de la radio y lo mató. Recuerdo que se desplomó en el lugar donde nos encontrábamos.

Otra tarea que tenÍamos era vigilar a los aviones Pucará. En un ataque aéreo apareció un avión inglés. Apuntó a los Pucará, pero pegó en la pista. A algunos compañeros los alcanzó la onda expansiva y saltaron en el aire.

Cuando los Pucará regresaban de combate, aterrizaban muy agujereados. Son aviones lentos que vuelan bajo y son fácilmente alcanzados por disparos de ametralladora y fusiles. En la pista había unos diez aparatos de ese tipo.

Pasados unos quince días, los del grupo GOE se trasladaron hacia Ganso Verde y Darwin, y nosotros regresamos a nuestro puesto original. Por lo general, vivíamos humedecidos porque en los pozos de zorro, el agua brotaba con mucha facilidad. Ahí permanecíamos toda la noche, porque soportábamos el constante cañoneo de las fragatas.

La comida era enlatada, teníamos unas piedritas parecidas a un Geniol que se encendían y servían para calentar la lata. Tuvimos rancho antes del primero de mayo, pero después, comíamos lo que podíamos.

Goose Green, Falkland Islands." by Terry Mooney | Redbubble
Pradera Ganso Verde

En los momentos de descanso, el tema principal era cuándo volvíamos a casa. La correspondencia era algo muy importante, mi padre y mis amigos me escribían mucho. También recibíamos cartas de chicas. Recuerdo que una de esas cartas era de una muchacha de Mercedes.

Mi papá me mandaba giros y yo le decía:

— ¿Para qué me mandás dinero? Si aquí no puedo gastar.

Tuve un compañero con quien intimamos más. Se llama Pedro Alegre y aún ahora nos seguimos tratando. Otro buen camarada fue Fleitas, con el que íbamos a todos lados en las islas.

En el transcurrir de los dias, tuvimos que desempeñar diversas tareas: ir a Casa de Piedra a buscar comida envasada. Con el Sargento 1º Bravo nos dirigíamos a las zonas de combate para retirar heridos para llevarlos al hospital; después estuve unos días en Puerto Argentino. Todo era difícil y riesgoso, porque aparecían helicópteros y nos disparaban. Estábamos constantemente eludiendo bombas.

En determinado momento, hubo seis días sin ataque. Decían que era a causa de que los aviones argentinos les hacían mucho daño a las fragatas. Pero cuand los norteamericanos les brindaron ayuda, no los paró nadie.

Mis superiores jerárquicos eran el teniente Lupo, el alférez Aguerre, el sargento 1º Bravo, que tenía bien puesto el nombre. Con él compartimos mucho en Malvinas. Vivíamos en el pozo, comíamos juntos, allá entre Mis superiores jerárquicos eran el teniente Lupo, el alférez Aguerre, el sargento 1º Bravo, que tenía bien puesto el nombre. Con él compartimos mucho en Malvinas. Vivíamos en el pozo, comíamos juntos, allá entre que tenia bien puesto el apellido.

En los últimos dias se combatia por todas partes, alrededor de Puerto Argentino. Los ingleses avanzaban sin parar. Los que estábamos en el aeropuerto, teníamos que tirarles a las fragatas que se acercaban con intenciones de producir desembarcos. Llegaban de a tres, se ubicaban de costado y cañoneaban la pista. Se las repelía con proyectiles tierra-mar y se retiraban. Los que no estábamos en el frente de combate, teníamos que sufrir el cañoneo nocturno diario, que no nos permitía descansar. Ese sonido de los disparos nos tenia hartos.

El objetivo principal era la pista. Al final, se había convertido en a punto tal que cuando veíamos llegar a las fragatas, comentábamos, casi con indiferencia:

— Mirá, tenemos cañoneo.

acercaban con intenciones de producir desembarcos.

Llegó el momento en que nos avisaron que nos habíamos rendido y que podíamos andar libremente, pero con cuidado por las bombas. Comenzaron, a partir de ese momento, a desactivar minas. Pude ver aterrizar un avión ingles que no necesitaba carretear, ni para el aterrizaje, ni para el despegue. Era impresionante esa maniobra.

Nos organizaron luego para ir a entregar las armas, para lo cuál caminamos un largo trecho y arrojábamos los fusiles en una gran pila que se formó junto a un camino que va a Puerto Argentino. La fotografia de ese lugar tuvo, también, mucha difusión. Recuerdo que en el momento que marchábamos a entregar el armamento, uno de los ingleses que nos custodiaban me ofreció un caramelo y yo lo acepté sin problemas.

Rendición de Malvinas 20190614
Soldados argentinos entregando las armas.

Durante el periodo que permanecí en Malvinas en calidad de prisionero, fui tratado muy bien. Claro que mi conducta era muy correcta, nunca quise ser más de lo que podía. Los que se portaban mal, “cobraban”. Los ingleses me parecieron muy respetuosos y muy profesionales, además, eran personas mayores que nosotros. A mí me parecía, que los de menos edad tendrían unos 22 o 23 años.

Para la repatriación, nos llevaron al embarcadero que está junto a la “Casa de Piedra” que, durante la guerra, fuera depósito de alimentos envasados. El 18 de junio, nos embarcamos en el “Bahía Paraíso”, el buque – hospital. Llegamos a Punta Quilla desde donde viajamos a nuestra base de Comodoro Rivadavia. Nuestros compañeros que habían quedado allí nos recibieron con mucha alegría. Todos lamentábamos profundamente la muerte de Bordón. A los pocos días, la Jefatura de la Base, nos ofreció una recepción y agasajos especiales.

Permanecimos dos meses en la Novena Brigada Aérea de Comodoro Rivadavia, para realizar los controles médicos y psiquiátricos de cada combatiente. En ese aspecto, nos atendieron muy bien. No cumplíamos niguna tarea en la Base. Yo me pude comunicar telefónicamente con mi padre y avisar a mi familia que estaba bien.

Al cabo de esos sesenta días de revisaciones, pudimos – ¡al fin! – emprender el regreso a nuestros hogares. El avión que nos trasladaba llegó a Ezeiza alrededor del mediodía. Bajamos y con Fleitas nos encontramos ante una difícil situación. Éramos los más cortos de recursos y a partir del arribo a Ezeiza, debíamos arreglarnos por nuestros propios medios. Decidimos tomar un colectivo que iba para Liniers.

— Nosotros venimos de Malvinas — le dijimos al chofer, para explicar que no podíamos pagar el boleto.

— ¡Sí! — exclamó el colectivero. — Ahora todos vienen de la guerra.

Igualmente nos permitió subir y así llegamos a Liniers, donde abordamos un tren hacia Moreno. Por supuesto que subimos sin pagar.

En Moreno, buscamos un colectivo que saliera para Luján. Menos mal que el colectivero aceptó aquello de “Nosotros venimos de Malvinas”. Cuando llegamos a Luján eran más de las doce de la noche, por lo tanto, no había más colectivos.

Fleitas y yo estudiamos la situación y decidimos emprender el camino a San Andrés de Giles a pie. Después de haber pasado por una guerra no nos iba a asustar eso, y salimos orillando la ruta 7. Era muy difícil que parara algún auto. A la altura de la Escuela Agrotécnica, se detuvo el vehículo de un carnicero y nos levantó. No recuerdo de dónde era ese hombre.

Cuando bajamos en San Andrés de Giles, cada uno tomó su rumbo. ¡Habíamos llegado a Ezeiza al mediodía, y pudimos poder dar el primer abrazo a nuestros padres a las cuatro y media de la madrugada del día siguiente!

Hace poco, llevé a mis hijos a Ezeiza y les comentaba:

— Pensar que llegué acá con Fleitas, después de Malvinas, y nos dejaron sin plata…

Al cabo de unos veinte días de licencia volvimos a la Base, donde nos quedamos un mes más hasta que nos otorgaron la baja definitiva. La guerra de Malvinas no me cambió, pero significa demasiado para mi, y la vida militar me enseñó muchas cosas importantes, entre ellas, el respeto.

Estoy orgulloso de haber estado y contento por haber regresado sano, pero no soy de aquellos que dicen: “si tengo que volver, volveré”. No, yo no volvería y menos ahora que tengo mis hijos. Con ellos, hablo sobre Malvinas, les cuento lo que ocurrió y lo que viví.

Soy nacido y criado en San Andrés de Giles y las circunstancias de la vida me llevaron a radicarme en el distrito de Malvinas Argentinas. Para el 10 de junio, aniversario de la creación de éste distrito, se realiza un gran desfile al que asisten más de 20 mil personas. Los veteranos cerramos el desfile. Lo hacemos con nuestras familias, que van adelante o atrás, mientras que nosotros mantenemos la formación. Allí podemos comprobar cómo la gente quiere y reconoce al veterano de Malvinas, parece que cada vez es mayor ese reconocimiento.

Mi familia está formada por mi esposa Claudia, y mis hijos Lucila Belén y Lucas Daniel. En una oportunidad, fuimos a visitar la réplica del cementerio argentino de Malvinas, que se encuentra en Pilar. Quería visitar la cruz que lleva el nombre de mi compañero Bordón. Con gran sorpresa comprobé que no solamente se encuentran las cruces con los nombres de los soldados argentinos caídos, sino también, las de los ingleses muertos en acción.

Weekend | Cómo es el pedacito de Islas Malvinas que está en Buenos Aires
Réplica del cementerio de Malvinas en Pilar.

— ¿Como puede ser esto? — Pregunté al sacerdote creador de ese cementerio evocativo. — ¿Porqué están los ingleses acá? –

— Hijo — me contestó serenamente — Porque ellos tienen padre y madre como ustedes.

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