A la vista, se notaba era un tránsfuga en formalismos. Esta limitación que impone lo
civilizado, más que amainar, parecía librar a este particular sujeto a una trinchera lo
suficientemente amplia como para que su comportamiento se viera representado en una
risa a la que podía vérsele cierta sorna respaldada. Sin embargo, aunque continuamente
diera la sensación de lo contrario, tal sujeto fue siempre, y con justicia, completamente
inocente. Con el tiempo descubrí que el odio que podía suscitarse hacia él no se fundaba
precisamente en algún oscuro subterfugio o supuesta intención suya, que de hecho jamás
mostró tenerla, sino que probablemente era su estilo lo que molestaba.– ¡Señor Lenno, qué sorpresa! – anticipó don Daffy, dueño del bar, llegándose con rapidez
y contento de la cocina al mostrador, al ver a este personaje sentado a la barra, luego que
sucediera lo de Iván Resaac. – ¿Café corto y fuerte? –– ¡Bravo por esa atención, señor Daffy! – Devolvió el sujeto con gracia – Sí, sí, por favor…
––Dígame… – y repentinamente el personaje pareció dirigirse a mí – ¿Usted sabe en qué
consiste la anti poesía? – Le escuché decir mientras prendía un cigarrillo y tiraba una gran
bocanada de humo hacia la pared de enfrente cargada de botellas, sin mirarme a los ojos –
Gracias, señor Daffy – se interrumpió amable mientras don Daffy le acercaba el café –
Cuando uno le da lustre a lo que tiene destino de basura. Dígame – y ahora sí el sujeto me
miraba a los ojos – ¿Cómo se puede tener semejante descaro, tan desenfadada osadía al
limpiar, del papel de diario, el tonto asesinato de una mariposa? Ciertamente no me resulta
tan molesto el hecho de que la haya matado, sino que lo enfadoso de la situación radica en
que ese tipo se mostrara, a juicio público, tan dueño y señor de tal y atroz subestimación…
¡Una mariposa considerada en menor medida a una hoja de diario…! ¡Por favor! Es
ofender a la Razón… ¿De dónde nace semejante repudio? Le pregunto… ¿Para qué sirve un
diario impreso…? Obvio, me dirá: “Para leer…” Bien. ¡Fantasías! Si al diario se lo sigue
comprando es nada más para motivos prácticos; por la variada utilidad que tiene para
envolver alguna cosa más valiosa, encender un fuego un sábado, un domingo o, por
ejemplo, secarle el aceite a las frituras… Y no vaya a creer que tengo, más allá de esto, algo contra ese tipo que está sentado ahí en la mesa, apurado por que le lleven la cuenta, rojo como un tomate… De hecho, es la primera vez que lo veo. Lo castigué por su inexistente habilidad para dudar mínimamente que lo que hacía podía llegar a ser un Error… Y me disculpará, aquella persona fue de todo punto desagradable y ofensivo al verle la cara llena de satisfacción y justo el haberlo avergonzado… –Fue extraño, pero mientras el sujeto hablaba, una mosca que había permanecido mansita,
paseando por las cercanías del cenicero que nos separaba, de pronto adoptó una
inclinación insólita, y contrariamente a lo esperable, comenzó a frotarse insistentemente
las patitas traseras. En el transcurso de algunos minutos pude verla ir y venir ligerísima
por todo el bar, como acatando cierto deber de molestar a todos los que estábamos ahí.– ¡Qué joyita! – exclamó don Daffy sonriente, cuando luego de aquel monólogo, el raro
personaje vació de un sorbo su tacita de café, apagó su cigarrillo y con urgencia se dirigió al baño. – Se hace llamar Lenno, Lenno Lynn… ¡Un tipo de lo más cómico! No sabés lo que
me dijo el otro día… – y con esto el dueño del bar se inclinó hacia mí – Ahora cuando
vuelva del baño te cuento; desde que apareció, siempre hace lo mismo… Si va al baño,
seguro, luego lo ves que se las toma. –Y así fue. Al cabo de unos minutos vimos cómo Lenno Lynn salía del baño.Enfilando hacia la salida, sonriente se despedía de nosotros, saludándonos de lejos con un
movimiento de mano.– ¿Viste esta canilla? – Reanudó rápidamente don Daffy, mientras con afán de ilustrar
mejor su relato, se acercó al aparato metálico empotrado en una punta de la barra –
Bueno. Dejame que te cuente. Por si no sabés, desde siempre goteó… Qué sé yo. Hace
muchos años ya… y yo, de verla así, y no hacerle nada en tanto tiempo, bueno… y además,
llegar cierta vez a la conclusión de que verdaderamente nunca me había molestado mucho
que goteara, un día renuncié del todo a cambiarle el cuerito… – En un corto movimiento,
asentí con la cabeza en señal de que lo seguía. Sin embargo, a don Daffy parecía importarle poco y nada si verdaderamente le prestaba atención; más bien, era como si se relatara la anécdota a él mismo – Bueno… el día que este tipo, Lenno, Lenno Lynnn, vino por primera vez, quién sabe por qué, si fue antes o después que llegara, la verdad no me acuerdo; cierto es que mientras él estaba ahí, en el mismo lugar donde hoy se sentó, noté estupefacto, y como nunca, que la canilla… ¡hola! sorpresivamente no quería gotear. La moví de derecha a izquierda y… nada… ni una gota. La abrí. El agua salía al pelo. La cerré… ¡y vuelta al asombro! Cero gotas. Lo primero que pensé fue que estábamos con baja presión de agua y pronto nos quedaríamos con los tanques vacíos. Pero no, ¡no señor! En la cocina se seguía lavando a todo trapo, dale que te dale… entonces escucho que como al rato, y de la nada, Lenno Lynn me dice:– No es la canilla o el cuerito, el agua o la presión. Se nota usted le ha tomado demasiado
cariño a su dejadez, pero advierta, ya es suficiente. No es raro que hoy mismo el aparato
haya dejado de gotear. La Voluntad está en todas partes. Lo raro es que de un modo
positivo, usted haya conseguido hacer magia en contra suyo… –
Novela escrita por Rienzi Leonardo Curotto, ilustrada por Magdalena Uncal BassoSino lo leíste, pasá por el primer capítulo y segundo capítulo