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Historias del circo

El público ingresando a la función. Foto: Diego Provenza.
El legado cultural que nos han dejado las civilizaciones más antiguas dio origen al circo. De hecho fueron los romanos quienes nombraron al Circo como las actividades de ocio. En la época del Renacimiento los artistas comenzaron a tomar notoriedad y fue recién en 1769 cuando Philip Astley  fundó el primer circo moderno, como nosotros los conocemos, en Londres.La llegada de un circo a cualquier ciudad es sinónimo de magia y alegría. En pocas horas son capaces de transformar cualquier descampado en un epicentro de la cultura popular, donde conviven alrededor de una carpa y en diversas casillas, los más incógnitos artistas de un mundo sumamente especial.En Argentina son alrededor de 100 los circos que pasan los primeros 11 meses del año de gira, en diciembre todos descansan. Algunos también recorren países limítrofes, como a veces sucede con compañías extranjeras que eligen pasar por nuestro país. Los artistas son contratados y durante su estadía en el circo es el empleador quien se hace cargo del monotributo y todas las obligaciones sociales.El Circo Sathany es propiedad de Adrián Arguello, dueño también del Circo Circus. Cuándo era un gurrumín de 15 años las luces lo atraparon, un amigo de la familia que trabajaba en uno lo llevó a una gira y nunca más se detuvo. Repartió folletos, atendió la boletería, vendió panchos y hasta se animó a hacer algún número de acrobacia. Sin embargo, el destino le deparó ser el productor de toda la magia que confluye dentro de la carpa.La cultura del circo es pasional. Los integrantes forman una gran familia que recorren miles de kilómetros en casillas. Armando y desarmando una carpa gigante, entrenando, haciendo difusión de sus espectáculos y hasta incluso produciendo nuevos contenidos. En el circo todos colaboran con todo. Eso es ley.Detrás del telón el color toma otros tonos. La alegría continúa primando pero ya no es ficción, la realidad los alcanza por completo. Comparten penas y glorias, ríen y lloran. Los artistas tienen historias y nosotros estamos acá para contarlas.Hermanos de las alturasLa falta de luz detrás de la gran carpa hace que los detalles se pierdan de vista. Cada casilla cuenta con una pequeña lámpara que sirve para fijar una posición, aunque en muchos casos esta suele estar apagada. A mi primer casilla llegué iluminado por la luz de la luna, eso sí, siempre acompañado por el perro del circo – del que desconozco su identidad– , casi como si fuese personal de seguridad.Un matrimonio joven, que sostiene una silla de ruedas, me saluda amablemente en la puerta de mi destino. “Pasá, se están preparando” me dicen a dúo con una sonrisa bien dibujada en sus rostros. Sofía (24) y Carli (19) Díaz son hermanos oriundos de Claypolle, están unidos en el amor y la pasión por el circo; sin embargo, a pesar de sus años de escenario, no pueden evitar cierta timidez a la hora de contar sus historias.Desde el punto más alto de la carpa, Sofía brinda su show cada noche. La artista, formada en la Escuela de Circo de Buenos Aires, realiza un número de tela y otros elementos de alto riesgo. Lo mismo hacía su hermano Carli, hasta que una caída desde 12 metros de altura frustró su carrera por un momento. “Ahora estoy en la silla pero mi lesión puede evolucionar para bien, quiero volver a actuar” me confiesa el acróbata ante mi asombro. Al menor raspón, seguramente yo, ya habría desertado.Sofía durante la semana es profesora, enseña su arte y viaja hasta donde está el circo los fines de semana. “Hacer tela es algo divertido, requiere preparación y una buena condición física, para hacer los shows miro videos y me inspiro en ellos” explica la especialista. Afuera sus papás escuchan con atención la entrevista, ellos apoyan e incentivan. Sin miedos, con amor.La historia de los hermanos Díaz es única. Carli, que se recupera de un accidente que le podría haber costado la vida, se apoya en Sofía y viceversa. Son cómplices. Se buscan para reírse, como si uno no pudiera hacerlo sin el consentimiento del otro. Ellos nacieron para domar las alturas, pero de a dos.
Sofía en el aire. Foto: Diego Provenza.
El payaso PericoWalter, más conocido como el payaso Perico (53), me invita a pasar a su mundo. Entre risas aclara que no voy a encontrar otra casilla igual y tiene razón: todo está diseñado para su baja estatura. “Me maquillo en un espejo roto, dicen que da mala suerte pero a mí no me importa” aclara alejando supersticiones antes de su función.Perico es un artista completo, incluso tiene el don de ser un buen contador de historias. Además de nosotros, dos operarios del circo lo acompañan solo para escuchar sus viejas hazañas. Ellos devuelven la gentileza a pura risa. Y no es para menos, este buen payaso siempre se la rebusca para tener un remate glorioso.Mientras se arregla me cuenta que su carrera empezó en el teatro a los 23 años en su San Pedro natal. El circo llegó a él casi de casualidad, justo cuando los otros trabajos empezaban a aflojar. “Yo fui parte de Los Trozos, recorrí todo el país, después siempre me la rebusqué haciendo de duende, Papá Noel, presencias en boliches, actuando en videoclips y hasta despedidas de solteras” cuenta Walter.Desde el 2011 es parte del Circo Sathany, lugar que le sienta cómodo. Para Perico el circo es su combustible y, también una de las maneras de mantener feliz a su mamá que a los 77 años le sigue insistiendo en que su misión es hacer reír al público. “Ya son muchos años y espero que sean unos cuantos más, acá soy feliz” concluye el artista rodante.
El Payaso Perico preparándose. Foto: Diego Provenza.
Amor de circoLudmila Arguello (24) es la hija de Adrián, el dueño del Sathany. Nació, creció y se enamoró en un circo. A los 9 años debutó como contorsionista en una función a beneficio por los inundados de Entre Ríos, aunque también hizo de personajes y hasta de acróbata.Cuenta que gracias a la Ley Golondrina, promocionada por Evita, pudo terminar sus estudios y realizar la Licenciatura en Publicidad en la UADE. A pesar de su carrera profesional, el circo siempre fue más fuerte en su corazón. Ella es la Leoparda que en dos movimientos puede doblar su cuerpo como ninguna otra persona en el final de cada función.“Un día me presenté en un casting para viajar al exterior como contorsionista y quedé seleccionada. Viajé a México para una empresa del Cirque Do Solei, en la que estuve dos años, donde conocí a él”. Él es Bode (35), su actual pareja con la que dio a luz a la pequeña Amelí de 7 meses.Bode, que se pronuncia Bonji, es un reconocido artista de la Ciudad de México. En su país se formó en las escuelas de circo y acrobacia, trabajó para las principales compañías y hasta incluso, en producciones del director Guillermo Del Toro como doble de riesgo. Hoy su origen lo esconde en la particular tonada con la que se comunica.“Yo soy hiperactivo, me preparo para hacer cosas nuevas motivado por la adrenalina que me produce. Eso sí, siempre a conciencia y con amor” cuenta Bode quien realiza acrobacias con fuego y destrezas en las alturas. El acróbata no habla de miedos, sino de desafíos.Ludmila lo escucha con atención y recuerda cuándo se conocieron en México. Ambos quedaron impactados por sus destrezas y forma de comprender al mundo. La bella argentina cautivó al artista internacional, y sin darse cuenta se trajo un nuevo número para el circo de su papá. El amor en tiempos de circo.
Bode con Ludmila. Foto: Diego Provenza.

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