Por Edgar Wilker Scovenna. Cuento distinguido con el 2do premio en la categoría C del certamen literario “Alejandro Vignati”.
Cuando el sol asomó por primera vez, nací yo. El Creador, me encomendó ser sombra y decidí ser la sombra de un negro. Un negro, por serlo, debía proyectar una sombra más negra. Al transcurrir los siglos, cuando nacía un negro, yo era su sombra.Lo que voy a contar, sucedió en el siglo diecinueve.Un caserío con ocho leguas de campo, lindaba al camino real que va de Lujan a Carmen, dos poblaciones de avanzada en la provincia de Buenos Aires.Orestes Pinzón, recibió de la Corona Española los derechos de posesión, en recompensa de servicios prestados al Rey, por uno de sus antepasados. Fundó una estancia y la bautizó con el nombre de “El gueso roto”. A su muerte, heredó la propiedad, su único hijo varón del mismo nombre. Casado y con un hijo, resolvieron con su esposa, que ella viajara a Francia con el joven, para que éste perfeccionara sus estudios. Don Orestes, se instaló en la estancia dedicándose a la colonización de sus tierras.Entre los sirvientes llegados con el patrón y su solterona y avinagrada hermana, Lucia del Carmen, había una bonita mulata, María, hija de la negra Carmen y Timoteo Peralta, un negro comprado en el mercado de San Pablo, el mismo donde fue adquirido el negrito Manuel, para custodio de la Virgen de Lujan. Lucia regenteaba la casa y asignó a María el trabajo de mucama.Hacia una semana que había llegado a la estancia, cuando un mensajero trajo la mala noticia del naufragio. El barco en que viajaban la esposa e hijo de Don Orestes Pinzón se hundió con ellos.El dolor de esta tragedia, no alteró el ritmo de trabajo en la estancia.María, de tez morena, poseía el encanto de la raza africana. Algún hilito de sangre blanca parecía bullir de sus venas. Su cabello no era motoso, si ensortijado. Obediente, siempre atenta al llamado de sus patrones o dueños, (si se quiere). Era tratada con benevolencia, especialmente por don Orestes, quien la consideraba de la familia, añorando una hija que no tuvo, decía, o vaya uno a saber…La mulata, como los frutos que van madurando, tomaba el color y las formas que la naturaleza impone. Día a día se mostraba más apetecible a los ojos de los pobladores de la estancia y sus alrededores.Después comenzaron a notar un cambio en sus formas. Se entretejieron comentarios de todas clases. A los pocos meses, la sospecha de quien sería el culpable de su panza, iba desde el boyero al domador, el carnicero o el gringo quintero. ¡Ni el patrón se salvó de las habladurías! Ella escondía como podía su vergüenza. A medida que se acercaba el alumbramiento, le retaceaban el buen trato. Día a día Lucia se mostraba más autoritaria, llegó a relegarla a una habitación alejada. El único apoyo de la muchacha era la mujer del quintero. Ella fue quien la atendió en el parto.Y yo, una sombra errante, sin forma entre negro y negro, me proyectaba en los pastos tomando la silueta de una nube, un pájaro, o me confundía entre las sombras de la noche.Pero, alguien estaba asomando al mundo. Seria Goyo Peralta y me necesitaba.Era más moreno que su mamá, tenía el pelo rizado como yo. Sus rulitos se proyectaban en la pared del baúl en desuso que le servía de cuna. La luz del candil de sebo, me hacía parecer más grande que él.Pasábamos muchas horas solos. La madre debía atender sus ocupaciones en la casa grande. Si tardaba, lloraba de hambre. Yo habría la boca en su imagen reflejada en la pared.Hasta los siete años estuvo con la mamá. Un día, Lucía la llevó a Buenos Aires prometiendo volver en la semana, pero nunca regresó. Goyo pasó a ser un agregado en el rancho del quintaro o el galpón de los peones; yo, no me le despegaba.¡Cómo se hace un hombre a la fuerza, cuando no tiene un padre y una madre que lo apuntalen!Hay ocasiones que el humano busca compañía en seres de otras espacies, a veces por su misma condición de abandono.A unos perros cimarrones se les extravió un cachorro cerca de las casas. Ese bultito negro se le pegó a Goyo, o Goyo a él. ¡Yo también encontré una sombra amiga en Pampa, como él lo bautizó. Los cuatro, Goyo, yo y el cachorro con su sombra, fuimos creciendo. ¡No poder hablar, cuanto bien le hubiera hecho! Pero mi destino era ser sombra; cuando tenía el sol de frente, lo seguía, si la claridad venía de atrás me adelantaba.Se fue haciendo hombre con más defectos que virtudes. El juego, la bebida; no pretendo justificarlo, en cierto modo, solo fui una consecuencia. Tenía que adivinar, más cuando estaba borracho; parecía caer a un lado y se tumbaba al otro. Estando fresco era muy jinete, pero poco lo estaba ¡Cuantas veces me tocaba sostenerlo en los porrazos! Al tiempo, abandonó “El gueso roto”, sin hablar con nadie ni pedir cuentas. De estancia en boliche, entre fogones y potros, iba gastando sus años. Pampa se fue con otros detrás de una perra alzada. ¡Qué habrá sido de su sombra!Cerca de Lobos, en una yerra, Goyo conoció una moza y se prendó de ella. En la jineteada fue el mejor y obtuvo el premio.A la tardecita se armó baile con acordeón y guitarras. La moza aceptó la invitación de Goyo. Giraban al compás de un vals; como estaba algo bebido, ella lo dejó apresuradamente, ya no quiso bailar con él. Bailaba con un paisando llegado de la Guardia del Pilar, cuando Goyo celoso, enfurecido, lo desafió a pelear. El mozo, oficial de esa Guardia aunque estaba de civil, le dio orden de arresto.Goyo, tratando de disparar, ensartó de una apuñalada a un milico que pretendió cerrarnos el paso. Al poco rato estábamos huyendo entre los pajonales vecinos a la laguna.¡Qué pena! Se me había hecho cierto eso de tener una compañera. En fin, después de todo era mi destino estar al lado de un hombre, no como el mejor.Seguramente la policía nos esperaba pisando los talones, y así sucedió. Acorralados por una partida nos entregamos. Nos llevaron a Lujan; por otras sombras me enteré que el hombre apuñalado murió.¡Un calabozo para un hombre y su sombra! Asesino, también ladrón, porque el caballo en que huimos era ajeno.El tiempo transcurría sin mayores novedades. Mientras él dormía, yo me reunía con las sombras de otros presos, y cada cual contaba sus miserias. Hubo una que me llamó la atención. La sombra de un manco. Debía ser de alguien importante, contaba que recibía muchas visitas y los guardias no le perdían pisada. Según ella, lo apresaron en la zona del Tío. En Santa Fe lo tuvieron más de cuatro años, después fue trasladado a Lujan.Decía; si no le bolean el caballo, este hombre pudo haber cambiado la historia del país. Se mostraba orgullosa de ser la sombra del General Paz.Una mañana, Goyo fue puesto en libertad. Le dieron el partido Lujan por cárcel. No quería volver al “Gueso roto”, pero estaba escrito que no se alejaría de allí. Con una muerte a cuestas y liberado acaso por alguna influencia, comenzó a tomar fama, a ser temido.Donde llegaba, no faltaban las provocaciones, su facón tallaba. Su vida se transformó en un infierno.Orestes Pinzón enfermo, poco se veía en la estancia. Los años y una salud quebrantada modificaron su carácter. La ambición que antes fuera una meta a lograr, se transformó en piedad y arrepentimiento.¡Cuando pasan los años, la conciencia acomoda muchas acciones! No era mi caso. Yo solo era una sombra.Acuciado vaya uno a saber porque culpas, y aconsejado por el cura, preparó su testamento.Como apurando la copa de su vida, Goyo se ve envuelto en una pelea que no provocó. Al resistirse a la partida policial, recibe un disparo. Salta a caballo y conmigo enancas, se dirige al sur, pero a pocas leguas, caemos entre el pajonal.……………………………………………………………………………………………………………………………………………………Transcurren las horas y los días. En el Cabildo de Luján se da a conocer un bando, citando entre otros a Goyo Peralta, presentarse en calidad de heredero de Orestes Pinzón, recientemente fallecido.El sol de mediodía relumbraba en el pajal.En el cielo, los caranchos con hilachas humanas en sus garras, dibujan macabras figuras.Entre los pastos, revolotean desesperados tratando de unirse a un cuerpo, los restos de una sombra.