Ciudad
Cachapé
- Gonzalo Ifran
Por Hugo Alasia *Relato extraído del libro “Cosas que se me ocurren”
Se puede morir de muchas maneras y por muchas más razones. De una enfermedad, en un accidente, porque otro te mata o por propia voluntad. Pero morir por un puñado de papeles, y además que resulten falsos como si el engaño mismo te quitara la vida, parece doblemente injusto.Esta es la historia de un personaje de mi pueblo, como seguramente debe haber en casi todos los pueblos en los que, por ser pocos sus habitantes, los personajes resultan fácilmente reconocidos. Como al intendente o al cura, como al dueño de la farmacia, a Cachapé todos lo tenían visto alguna vez.Sin embargo, el nombre de este sujeto lo sabían muy pocos. Todos lo llamaban simplemente Cachapé. Tal vez por su origen correntino, o porque hubiera contado, cuando se arrimó por estos lados, de sus viajes en cachapé, una especie de carro tirado por caballos en la que se transportaban troncos, típico de la zona guaraní.Cachapé tenía cuarenta y tantos años, según el mismo afirmaba, morocho, petisito, de voz potente y con el clásico acento correntino. Siempre vestía bombachas paisanas y un sombrero de ala ancha como atuendo característico, aun en sus andanzas nocturnas. Trabajaba en algún horno de ladrillos, ejerciendo un oficio que aprendió en esta zona, o haciendo alguna changa generalmente en el campo. Frecuentaba los boliches, almacenes con despacho de bebidas o algún club de barrio, donde pudiera tomar un vino, más otro, más otro… y entonces salía por las calles a los gritos, como el vendedor de pescado. Pero a él le gustaba cantar y entonces cantaba sus penas con el tono de algún chamamé que, de tanto repetir, lo identificaba entre los parroquianos.Los niños le tenían miedo y los mayores, en muchos casos, lo preferían lejos. Pocos sabían cómo había llegado al pueblo. Todos, sin embargo, supieron cómo se fue.Porque la noticia llegó una mañana de domingo en invierno. Se murió Cachapé. Lo mató el tren. Anoche, borracho, se durmió sobre la vía y el tren lo paso por encima. Cuentan que estuvo en el club y de allí se fue de madrugada y entonces el tren de hoy…A Cachapé no lo velaron. Sólo cumplieron con el trámite formal de la autopsia y tres o cuatro lo sepultaron en el Cementerio, como quien deja en el fondo un carro viejo que ya no sirve. No se le conocían familia ni amigos de otros lados, ni nadie que sospechara sobre su muerte.El tema amenazó quedar en el recuerdo como un personaje más muerto trágicamente, pero el familiar que no se conocía existió, y al poco tiempo apareció a reclamar por Cachapé y a investigar su accidente.Se activó el trámite policial y se abrió la instancia judicial correspondiente. Después las pericias determinaron que el tren no le pasó por arriba a Cachapé mientras dormía, sino al cadáver de Cachapé.La investigación concluyó que esa noche en el Club, el correntinito mostró un montón de billetes en sus bolsillos y, como perros hambrientos ante la presa fácil, algunos que observaron prefirieron el dinero a la vida de un borracho.Los detalles del asesinato poco importan en esta historia. De dónde sacó Cachapé aquella plata que terminó costándole la vida fue la pregunta a resolver. La cuestión resultó que lo encontrado en los bolsillos del finado, no era dinero, tan solo volantes de propaganda de un circo que estaba en la ciudad y que, en una de sus caras, tenían la imagen de los supuestos billetes.Así murió el paisano aquel con la crueldad del homicidio y la ironía de un puñado de papeles.
Se puede morir de muchas maneras y por muchas más razones. De una enfermedad, en un accidente, porque otro te mata o por propia voluntad. Pero morir por un puñado de papeles, y además que resulten falsos como si el engaño mismo te quitara la vida, parece doblemente injusto.Esta es la historia de un personaje de mi pueblo, como seguramente debe haber en casi todos los pueblos en los que, por ser pocos sus habitantes, los personajes resultan fácilmente reconocidos. Como al intendente o al cura, como al dueño de la farmacia, a Cachapé todos lo tenían visto alguna vez.Sin embargo, el nombre de este sujeto lo sabían muy pocos. Todos lo llamaban simplemente Cachapé. Tal vez por su origen correntino, o porque hubiera contado, cuando se arrimó por estos lados, de sus viajes en cachapé, una especie de carro tirado por caballos en la que se transportaban troncos, típico de la zona guaraní.Cachapé tenía cuarenta y tantos años, según el mismo afirmaba, morocho, petisito, de voz potente y con el clásico acento correntino. Siempre vestía bombachas paisanas y un sombrero de ala ancha como atuendo característico, aun en sus andanzas nocturnas. Trabajaba en algún horno de ladrillos, ejerciendo un oficio que aprendió en esta zona, o haciendo alguna changa generalmente en el campo. Frecuentaba los boliches, almacenes con despacho de bebidas o algún club de barrio, donde pudiera tomar un vino, más otro, más otro… y entonces salía por las calles a los gritos, como el vendedor de pescado. Pero a él le gustaba cantar y entonces cantaba sus penas con el tono de algún chamamé que, de tanto repetir, lo identificaba entre los parroquianos.Los niños le tenían miedo y los mayores, en muchos casos, lo preferían lejos. Pocos sabían cómo había llegado al pueblo. Todos, sin embargo, supieron cómo se fue.Porque la noticia llegó una mañana de domingo en invierno. Se murió Cachapé. Lo mató el tren. Anoche, borracho, se durmió sobre la vía y el tren lo paso por encima. Cuentan que estuvo en el club y de allí se fue de madrugada y entonces el tren de hoy…A Cachapé no lo velaron. Sólo cumplieron con el trámite formal de la autopsia y tres o cuatro lo sepultaron en el Cementerio, como quien deja en el fondo un carro viejo que ya no sirve. No se le conocían familia ni amigos de otros lados, ni nadie que sospechara sobre su muerte.El tema amenazó quedar en el recuerdo como un personaje más muerto trágicamente, pero el familiar que no se conocía existió, y al poco tiempo apareció a reclamar por Cachapé y a investigar su accidente.Se activó el trámite policial y se abrió la instancia judicial correspondiente. Después las pericias determinaron que el tren no le pasó por arriba a Cachapé mientras dormía, sino al cadáver de Cachapé.La investigación concluyó que esa noche en el Club, el correntinito mostró un montón de billetes en sus bolsillos y, como perros hambrientos ante la presa fácil, algunos que observaron prefirieron el dinero a la vida de un borracho.Los detalles del asesinato poco importan en esta historia. De dónde sacó Cachapé aquella plata que terminó costándole la vida fue la pregunta a resolver. La cuestión resultó que lo encontrado en los bolsillos del finado, no era dinero, tan solo volantes de propaganda de un circo que estaba en la ciudad y que, en una de sus caras, tenían la imagen de los supuestos billetes.Así murió el paisano aquel con la crueldad del homicidio y la ironía de un puñado de papeles.