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Cultura

Carta a un amigo

Ilustración: Enrique Verdasco.
Por Emanuel Méndez
 Las cuatro de la mañana, Alejandro. Estas hojas son el decepcionante resultado de un cesto de basura repleto de borradores. Me duelen las articulaciones de las manos. La culpa y la desesperación nunca fueron tan urgentes. El hartazgo y el cansancio no logran atenuarlas.Con seguridad, el hecho de recibir una carta, va a sorprenderte. Actualmente, están destinadas a cargar impuestos y citaciones del poder judicial.A continuación, notarás que se trata de una situación extraordinaria, la cual no quería plantear cara a cara por razones que, con el correr de las palabras, entenderás. De otra forma, no hubiera utilizado este medio, hundido en sus limitaciones y el desuso.También hay otro sobre, dentro del que portaba estas hojas. Pero no tiene ni papel ni tinta, sino un pequeño objeto, de forma ovalada. Te suplico que no lo abras, prefiero que primero leas esta carta, para no crear confusiones, y evitar accidentes.Conoces (mencionarlo me avergüenza, pero en escritura no se puede prescindir del contexto) mi debilidad por la baraja de cuarenta españolas, mi propensión a las maratónicas jornadas de azar y la estrecha relación que llevo con prestamistas. Prestamistas digo, cuando en realidad son usureros.El problema surge no porque me prestaron una suma impagable sin los milagros del retruco y el envido, sino porque ese milagro no ocurrió. Pasó que alguien me ganó de mano en una jugada imposible. No tardaron en pesarme las sentenciosas miradas de mis acreedores. Con más resignación que esperanza rogué, sin perder mi afanada dignidad, tiempo.Tiempo, Alejandro.Tiempo exento de intereses. Cuando las deudas aumentan con los minutos, se envejece exponencialmente.Me regalaron cinco días.Insisto con el contexto. Y ésta es la parte más dolorosa: tu enfermedad. De cómo una masa purulenta y podrida, que no deja de crecer, te niega caminar los caminos del placer mundano, limitando tus días al sudor de la agonía. Los espasmos musculares. Los delirios de la fiebre. Las cicatrices blancas de inútiles intervenciones quirúrgicas.El otro día, bien recuerdo, acentuaste la posible paz que nos regalará la muerte, y no faltó una sonrisa en tu rostro. Hace tiempo que no te veía sonreír así, Alejandro.Te autorizo a abrir el otro sobre, el pequeño. Vas a encontrar una píldora que me facilitó un farmacéutico amigo que forma parte de una agrupación, clandestina en éste país, para acceder a lo que llaman “muerte digna”, eutanasia, para quien lo desee.Si accedes, la vas a tomar en mi casa. Una vez que pierdas la capacidad de sentir, voy a prender fuego el lugar, hasta que las cenizas de tus huesos no se diferencien de las de un mueble.La chusma movilizada se encargará del resto. Supondrán que estaba adentro y que mi cuerpo se consumió. Hasta dirán que fue una muerte intencional. Florecerán las hipótesis y finalmente el tema pasará de moda.Los muertos no tienen dinero ni deudas, ya que los herederos, como ladrones, todo se reparten. Para mis prestamistas solo seré un recuerdo irritante.En cuanto a tu paradero, escribirás una carta alegando una repentina e incontenible necesidad de viajar por el mundo.Durante nuestra vida conseguimos méritos necesarios para que nadie nos extrañe. Eso va a facilitar el plan.Mi destino es cordillerano. Tengo parientes en Mendoza, en un diminuto pueblo pastoril. Allí me voy a instalar, sin papeles y con otro nombre, el resto de mis días. Mañana voy a sacar el pasaje en una empresa donde no exigen documentos. Espero que el aire de los Andes apacigüe los impulsos de apostador.Ignoro qué pasará con nosotros, pero el destino de estas hojas es el fuego. No pierdas la capsula del sobre pequeño, no fue fácil conseguirla.Te espero en casa el miércoles desde las 19 horas, para discutir nuestro futuro. Repasá el texto cuantas veces necesites.Ya casi son las cinco de la mañana. Los parpados me pesan y los ojos me arden. Las lámparas de bajo consumo no son una feliz compañía para la trasnoche. Me alegra saber que estoy concluyendo el texto definitivo.Es increíble que nuestras vidas llegaran a tal punto de fatalidad. ¿Tendremos el coraje que supimos alardear?Pero no seamos terminantes. Aún tenemos otra opción que nos ahorraría todas las dificultades y pesares que acabo de plantear. ¿Podrías prestarme el dinero que necesito?Cariños.Ernesto.

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