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Malvinas bajo la mirada de Ojos de Campo

Micaela Rodríguez, Clara Sabinio y Diego Arranz en el Tótem Pole, Malvinas.
Diego Arranz es el director del espacio de fotografía Ojos de Campo, que tiene lugar en Solís, Villa Ruiz, Cucullú y Franklin. En noviembre, junto a las jóvenes profesoras del taller Clara Sabinio y Micaela Rodríguez, viajó a las Islas Malvinas. En una entrevista con Infociudad, los tres reflexionan sobre las implicancias de la recorrida por la perla austral, sus proyectos y la pasión que los une. Ojos de Campo dio sus primeros pasos en 2005. “En ese entonces, en Azcuénaga entablamos un vínculo con una profesora de arte que exponía trabajos de chicos y dijimos: ¿por qué no hacer un taller de fotografía para ellos? Nació como un proyecto que iba a durar pocos meses y se transformó en algo sólido. La propuesta se replicó en distintos pueblos y parajes, donde trabajamos hasta el día de hoy”, cuenta Diego, quien desde hace más de un año vive alternadamente en Franklin y la ciudad de Buenos Aires. Respecto a la posibilidad de emprender el viaje a Malvinas, Arranz detalla: “En mi caso, es el octavo viaje a las Islas y el primero con Ojos de Campo. Todas fueron experiencias distintas, pero ésta fue la mejor… lejos”.La particularidad de esta vivencia guarda estrecha relación con la presencia de Clara y Micaela en Malvinas: dos alumnas de Ojos de Campo que se convirtieron en profesoras del taller en Cucullú y Villa Ruiz, respectivamente. “Voy al taller desde 2005. Ahora soy profe y también estudio Agronomía. La idea de ir surgió en el primer viaje de Diego. Ya en ese momento quería viajar. Fue un esfuerzo muy grande llegar allá”, detalla Clara Sabinio. Micaela, quien además de ser una apasionada de la fotografía es estudiante de Diseño Gráfico, no duda en acotar que “el viaje fue excelente, con muchas emociones juntas y extremas”.Si de emociones extremas se trata, los tres coinciden en que visitar el Cementerio de Darwin -donde se encuentran los soldados argentinos caídos en combate- fue una de ellas. “Son sensaciones raras. Estábamos contentos por haber ido, pero a la vez tristes. Llorábamos y no sabíamos por qué. Ese día en particular estaba feo, muy oscuro y llovía. Cantamos el himno ahí mismo, todos juntos, como es costumbre hacerlo. Todo fue muy fuerte”, describe Clara, mientras que Micaela agrega que “el cementerio es el lugar donde uno realmente se siente en Argentina”. En relación a esto, Diego destaca que la gran fortaleza que transmite ese lugar reside en que nuestros 649 muertos permanecen ahí: “Es un símbolo que moviliza. Sabemos que estamos pisando lo que es nuestro, pero en ese lugar en particular es donde más fuerte se siente”.La semana que vivieron en las Islas fue intensa en cuanto a sensaciones y al camino recorrido. “Todos los días hacíamos cosas diferentes. Visitamos el pueblo, la costa, cruzamos la bahía para ver Puerto Argentino, también dedicamos varios días a conocer los campos de batalla, el poblado de Darwin y Monte Longdon. Estuvimos en los lugares más representativos”, comenta la estudiante de Agronomía. “La guerra fue una movida tan grande que en cualquier lugar vas a encontrar algo de ese momento”, señala el organizador de talleres y safaris fotográficos. Los tres coinciden en que al recorrer cada uno de los paisajes -ya sean los montes similares a los patagónicos o las playas de arenas blancas y aguas azules- es habitual toparse con vestigios de las batallas: helicópteros caídos, puestos de ametralladoras, campos minados, zapatillas o mantas. Esta vorágine de emociones, generadas tanto por las heridas de la guerra como por la historia natural y la forjada por los británicos, se refleja en la cantidad de imágenes capturadas: las jóvenes sacaron alrededor de 4.000 fotos cada una en esos siete días. Tal como recalca Micaela, el material será presentado en la próxima vigilia local del 2 de abril y también en una muestra a realizarse el año que viene en el Colegio Sagrada Familia.No caben dudas de que el amor que las jóvenes tienen por la fotografía es proporcional al que sienten por Ojos de Campo. Ambas profesoras apuntan a transmitirles esas emociones a sus alumnos, al igual que Diego les trasladó a ellas su entusiasmo: “Las conozco desde chiquitas y ya son como mis hijas. Me gusta darles metas para que se vayan profesionalizando. Compartir con ellas la pasión que tengo por los paisajes, los viajes y las vivencias que generan esas experiencias tiene un significado muy grande para mí. Ese fue el caso de Malvinas: quería que crecieran en la fotografía desde el lugar de las emociones. Estar ahí, sentir, saber lo que pasó, reconocer esas vivencias, esos valores, valentías y miserias te coloca en un lugar diferente que no te permite hacer un click fotográfico porque sí”.Si bien Micaela y Clara fueron las pioneras en emprender un viaje de estas características, Diego expresa su deseo de continuar con estas experiencias para Ojos de Campo: “Me gustaría que estemos presentes, que enseñemos fotografía a los más chicos y que ellos nos muestren su lugar. Aunque existieron varios intentos para fomentar este tipo de intercambios, por el momento no prosperaron”.Cuando la charla parece llegar a su fin, los tres protagonistas de esta historia desentrañan una anécdota representativa del espíritu de equipo que los gobernó. Antes de salir para Malvinas elaboraron un cartel para colocar en el Tótem Pole que está en las Islas, y que es un poste de 15 metros de altura. Escribieron “Ojos de Campo”, lo firmaron junto a todos los chicos del taller y agregaron la leyenda “San Andrés de Giles: 1.930 kilómetros”. “Lo colocamos apuntando al mar. A pesar de todo, no estamos tan lejos”, dicen casi al unísono estos talentosos “ojos de campo”, pero de horizontes tan amplios como su pasión.

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