Por Mariano Curva
Y digo futbol porque fue lo primero que se me vino a la cabeza, pero pudo haber sido básquet, vóley, tenis, rugby, etc. Es que en la actualidad nos excusamos con el tiempo para no detenernos a pensar y reflexionar sobre qué es lo mejor, qué es lo más constructivo para el niño/a. Hoy es muy común que cuando el niño/a hace algo que los padres no están de acuerdo o tienen un “mal” comportamiento pronuncian esta famosa frase, privando al niño/a de hacer algo que tanto le gusta. Quizás también porque así nos educaron a nosotros, y tendemos a repetir fórmulas obsoletas. La prohibición, el premio y el castigo deberían entrar en tela de juicio. Debemos interpretar realmente cuál es el deseo que tenemos para con nuestro hijo/a; ¿que no haga algo porque se lo impusieron o que no lo haga por comprensión y convencimiento? ¿Que pueda pensar y repensar ideas, o solo repetirlas? Ese fino límite entre la autoridad real y la autoridad autoimpuesta, entre el respeto y el miedo.Debemos poner la mirada en los niños/as, escucharlos/as, todo accionar de ellos/as nos están diciendo algo, y claramente algo que nos compete a nosotros, por ser sus adultos responsables. En algo estamos fallando. Partiendo desde la concepción de que ser padre o madre no es tarea fácil, y que tampoco existen soluciones mágicas ni universales aplicables a todos los niños/as. Es un camino a prueba y error, y que cada hijo/a es único/a, y por ende serán siempre los padres y madres los que sabrán qué decisión es la correcta. Debe ser una circunstancia de aprendizaje constante, porque con la buena intención solamente no alcanza.Y cuando le quitamos el deporte, así de sopetón, ¿realmente sirve? ¿Acaso el deporte no es una herramienta educativa y psicosocial? Se estimula el compromiso – que hoy escasea tanto – y la responsabilidad. Aprenden a socializar con nuevos compañeros, a compartir triunfos y tolerar derrotas. Hay que ir a entrenar, ir al partido, en un horario y en una condición aceptable, ser responsable de uno mismo y a su vez del equipo. De ser parte de un equipo, con todo lo que ello significa e implica. Aprenden del compañero cuando hace algo, ayudan al compañero cuando éste se cae. Respetan al juego porque posee reglas que hay que cumplir, al entrenador, a los árbitros. Respetan. Comprenden que los logros no son fáciles de conseguir, que hay que trabajar en ellos. Se divierten, crecen y ayudan a crecer al otro. Construyen su personalidad y aumentan su autoestima.El gran conflicto de la adolescencia de “pertenecer” y “de ser parte de”, en este caso el pertenecer está asociado a algo positivo y constructivo: un equipo, es decir, a una cuestión saludable. Construyen hábitos de higiene. Se promueve la autogestión y autosuperación. Se fijan metas, prioridades y se estimula la habilidad intelectual. Se fomenta la atención, concentración y principalmente la toma de decisión, y a su vez, el hacerse cargo y responsable de esa decisión. Una gran problemática actual es que cada vez los niños/as toman menos decisiones, y por ende, no hay responsabilidad en su desenvolvimiento. Dentro de la práctica deportiva son, principalmente, protagonistas activos de su aprendizaje y de su crecimiento como persona y como jugador/a. Cabe resaltar los múltiples componentes que no estoy mencionando para intentar ser breve, como los beneficios biológicos, fisiológicos, lúdicos, prevención de enfermedades, de higiene y otros. De salud, como si no fuera realmente importante ya de por sí. Y también de significar los estudios actuales, que demuestran que los niños y niñas que descansan correctamente y realizan deporte en forma constante obtienen mejores resultados académicos. Y me pregunto, realmente, todos estos factores que acabo de nombrar, ¿No son los que quiero que mi hija o hijo “aprenda”? ¿No son transferibles del deporte a la vida cotidiana? ¿No hay una conexión directa con nuestra construcción como sujeto? ¿No es el deporte, entonces, una herramienta y un medio para seguir creciendo? Por lo tanto, cada día que privamos a un niño/a de la práctica deportiva estamos impidiendo, directamente, su desarrollo. O como mínimo atenuándolo.Bien, no lo castigo, entonces… ¿le dejo hacer lo que quiera? Creo que ningún extremo termina siendo positivo. Quizás debamos establecer límites desde pequeños, buscar alternativas educativas ingeniosas y no amenazadoras. Para que el castigo sea la excepción y no la regla. Porque sabemos que el castigo extingue la conducta momentáneamente pero no trabaja sobre la raíz del problema. El “te dejo sin…” a veces fruto de la rabia y la impotencia del momento hace que una vez pasada la “tormenta” surja el arrepentimiento. Luego tomamos conciencia de que no se educa desde la rabia, impotencia o frustración. Si castigamos tiene que ser una decisión tomada en un estado emocional más reflexivo y acertado. Está demostrado que el castigo habitual no es efectivo y mucho menos constructivo. Para que sea castigo educativo tiene que suponerle un esfuerzo, lo que le ayudará a autocontrolarse. Si castigamos sin ir a entrenar, no sólo no hace esfuerzo por ello sino que le privamos del esfuerzo que suponen todos los factores que mencionamos más arriba. Es decir, fomentamos la no responsabilidad.Desde mi profesión y en lo personal creo en la comunicación entrenador-familia, ambos somos partícipes en la formación del niño/a, cada uno con su respectivo grado de responsabilidad. Debemos formar “equipo” con el profesor, contarle si niño está pasando por una situación familiar compleja, por qué se comporta como se comporta, complementar visiones y tener actitud constructiva para favorecer el desarrollo personal. Aceptar la devolución del “Profe” que conoce otra “cara” del niño/a. Todo esto ayudará a conocer mejor al niño/a, a poder empatizar realmente y a tomar decisiones más pertinentes, tanto dentro de la familia como en el club. Evitará sentimientos “venganza” que puede tomar el niño/a generando un círculo al que es difícil de escaparle.Ser padre o ser madre, dijimos, no es fácil pero ser adolescente tampoco lo es. A veces, cuando vienen al club se sienten presionados, amenazados, no saben lo que quieren, sienten que nadie los entiende. No hay que minimizar sus preocupaciones porque no lo sean para nosotros. Ellos/as también pasan por grandes cambios en su vida que tienen consecuencias emocionales. En vez de juzgar y decirles “es que no sabes organizarte” o “concentrate y organizate”, probemos con ponernos al lado y ayudarlos a gestionarse, a contemplar tiempos de estudios, de entrenamientos, de quehaceres. Utilizar siempre inteligencia emocional, nosotros somos los adultos. El momento, el lugar, las palabras, las formas, reflexionar, pautas claras, diálogo en el momento adecuado para transmitir, para escuchar, para acompañar y no para juzgar tanto.Todo es un proceso, nada resultará de un día para el otro. Este simple texto no pretende otorgar una receta, ni mucho menos, pero sí repensarnos como educadores, ya que todos queremos lo mejor para los niños/as. Entonces ahora, quizás, cuando el niño o niña cometa un error: ¿lo castigaremos quitándole la práctica deportiva sin siquiera pensar todo lo que ese simple castigo trae consigo? Quizás debamos replanteárnoslo.