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Frente a la ausencia, la solidaridad

Ruth Coronel es hija del pastor del Centro Cristiano Evangélico  “Adonai”, ubicado en Ruta 7 km 100.En mayo del año pasado, su vocación solidaria para con el prójimo la llevó a iniciar, junto a su familia y las personas que asisten a la Iglesia, un comedor infantil que recibía cada sábado a más de 50 chicos del barrio El Esfuerzo, que queda justo enfrente. “La idea surgió  para poder darles un plato de comida y para que ellos puedan salir un poco de esa realidad” cuenta Ruth.La realidad que menciona está marcada por la pobreza e incluye  niños con muchas necesidades. Uno de los ejemplos más duros de la situación del barrio es una niña celíaca a la que siempre le dolía el estómago por comer pan y comidas que no debía. “A los padres no les alcanzaba para comprar los alimentos especiales. Son 5 hermanitos y su familia no tiene la solvencia para todo lo que necesita”, agrega.En la actualidad el comedor se encuentra cerrado ya que desde diciembre están trabajando con el objetivo de  ampliar y mejorar la cocina. También están atravesando las dificultades burocráticas para ser reconocidos como una ONG. No obstante, ellos sueñan con seguir creciendo. “Al tener una ONG se nos abren más puertas para pedir colaboración. Nos gustaría poder festejar el día del niño y que cada uno tenga su juguete”, cuenta ilusionada.Hace dos meses organizaron una cena para recaudar fondos y así poder cumplir con los requisitos que  demandan las autoridades  para que el comedor vuelva a abrir sus puertas al barrio y a los niños de la zona. “Empezamos con apenas un fogoncito y después compramos una cocina industrial, esta pausa es para armarlo bien”, asegura Ruth, quien actualmente está planeando junto a su familia y colaboradores, una nueva cena para septiembre.Hoy la construcción está a cargo de los hombres de la iglesia que trabajan todos los fines de semana para terminar la cocina. “Sino sería imposible, está todo demasiado caro para poder contratar a alguien. Tenemos que agradecer que tienen esa voluntad para venir a revocar después de sus trabajos”, cuenta Ruth y agrega que quienes integran la Iglesia siempre han hecho un gran esfuerzo, porque no reciben “ayuda del Estado ni de ningún tercero”.Aquellos sábados de almuerzos comenzaban a las 11 de la mañana cuando Ruth y los demás cruzaban caminando la ruta para buscar y acompañar a los niños. Mientras algunos mayores cocinaban, otros dibujaban y pintaban con los más pequeños. Los chicos más grandes enseguida se ponían a jugar al fútbol en la cancha que habían armado para ellos. También realizaban con los niños de 8 años o más actividades sobre historias bíblicas que tratan temáticas como el amor, el compartir con el otro y sobre ser buen amigo.Según Ruth, son muchas las problemáticas socioeconómicas que atraviesan estos niños. Explica que varias veces le tocó ver algunos descalzos o con un único par de zapatillas que cuando llovía las usaban igual, mojadas y llenas de barro. “Hay nenas que todavía me dicen: Seño, guárdeme algunas zapatillas de mi número”, relata apenada.En cuanto al barrio, explica que aún continúa sin tener cloacas ni agua potable. “Cuando llueve es un barrial y la gente no puede salir”, agrega. “Si bien ahora están mejorando algunas viviendas, hay varias familias viviendo entre chapas”. Aclara que “son gente trabajadora que tratan de tener a la familia en una mejor situación pero no siempre se les da esa posibilidad”. También menciona que hay muchas madres solteras con cuatro o cinco hijos, sin una situación laboral estable. “Cobran la Asignación Universal pero tampoco les rinde”, comenta.Cuando empezaron a plantear desde la Iglesia la idea del comedor escucharon varias opiniones que juzgaban esta causa tan noble: “Pero si esos chicos tienen padres, por qué hay que ayudarlos?”. Ruth, muy al contrario de esas voces, argumenta que ellos tienen un compromiso con el otro. Lamentablemente el Estado tampoco se hace cargo. “La responsabilidad de darles una alegría a los chicos tiene que ser de todos”, afirma convencida.Al caminar un poco por el lugar, unos niños se acercaron en bici. Ruth nos presentó. “Estos chicos venían siempre al comedor”. Al mencionar esa palabra, de manera casi automática uno pregunta: “Eso! ¿Cuándo van a volver?”. Minutos atrás ella nos había contado que los chicos lo piden: “No es solo un plato de comida, es recrear, escucharlos y darles un abrazo, ellos necesitan mucho eso”. Antes de despedirnos, me confiesa con timidez que la felicidad de ver a los chicos bien es lo único que los llena y los impulsa a seguir. 

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