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El renosito llegó al TC
- Gonzalo Ifran
Por Pepín LiendoA sesenta años vista de mi natalicio y a casi treinta de su muerte, con la legitimación que otorga el paso del tiempo – que todo lo relativiza – me animo recién ahora a colorear en este papel yermo, cuya blancura me desafía, algunas de las vivencias compartidas con mi padre, otrora conocido como “Pepe”.Pepe, hijo de Don José y de Doña Angelita, nació a mediados de la primera década del siglo pasado.El matrimonio se asentó en el ala sur de la casa de la familia de mi abuela materna. En el ala norte se acomodaron tres de sus hermanas, jóvenes, solteras y cultas. Una de ellas ejercía como maestra. Amalia, ese era su nombre; se había transformado en un especímen raro en el sistema educativo argentino, que en las décadas finales del siglo XIX todavía era dominado por hombres.Alguien que conocía la familia, me comentó hace muchos años atrás, que tanto Angelita, como sus hermanas, prodigaban al niño Pepe un amor enfermizo, convirtiéndolo en un diamante único y exclusivo, que solo ellas podían pulir, disfrutar y atesorar.La infancia de Pepe se desenvolvió tranquila, siempre bajo el amparo de su madre y de sus tías. Callado, introvertido, rara vez se le escuchó una carcajada, nunca se permitió una pelea. En la escuela primaria reconoció su talento por las aritméticas y la contabilidad. Descubrió los deportes. El fútbol. El automovilismo. El boxeo . . .Ya en su adolescencia perfiló su actividad laboral como tenedor de libros de distintos comercios del pueblo. A partir de 1932 y por más de 30 años, en forma semanal e ininterrumpida compró la revista El Grafico, convirtiéndose en máximo seguidor del periodista “Borocotó”, exquisito narrador de anécdotas, plasmadas en su famosa columna que tituló “grageas”.La década de 1940, fue la que marcó en forma indeleble la personalidad de Pepe. Se volvió un fanático de River. Se asoció al club y lo siguió por cualquier cancha donde jugó. Comenzó a trabajar en la concesionaria oficial Ford instalada en el pueblo. Automáticamente se transformó en fanático de esa marca. Integró como pianista algunas típicas locales. El tango seguramente lo bailó devotamente. La “Glostora” impregnó su pelo para emprolijar su peinado en forma vitalicia. El saco y la corbata fueron las prendas esenciales de su vestimenta. Nunca se afeitó el fino bigote, a lo “Clark Gable”. Lustraba hasta dos veces por día sus zapatos, “Guante”, acordonados, siempre marrones.¡¡¡¡¡¡¡¡¡Ay Década del 40!!!!!! . . . . ¿Qué le hiciste al pueblo argentino? ¡¡¡¡¡¡ No solo lo fanatizaste, sino que además lo dividiste!!!!!!! . . . por cada fanático de River existía una fanático de Boca; por cada del Ford aparecía otro del Chevrolet; por cada peronista nacía un antiperonista . . . hasta en mi pueblo a un fanático de “Comercio” se le oponía uno de “Colegiales” . . .Pepe llevaba grabado a fuego su irracional pasión por River y por el Ford. Nunca exteriorizó tan hipérboles sentimientos. Su imposibilidad de revelarlos a viva voz, lo tornaba una persona por lo menos enigmática. A pesar de su silente comportamiento, yo estaba convencido que tan ígnea pasión por “los trapos” futbolísticos y mecánicos, no era más que la fuerza que Dios depositaba en su corazón para sentirse más seguro frente a sus congéneres.De muy chico, misteriosamente, sin que mi viejo me lo exigiera o simplemente me lo pidiera, me trasformé en otro fanático hincha de River y del Ford. Así las cosas, fui comprendiendo los ¿valores? que daban sentido, a este estatus: Lealtad eterna a la camiseta; éxtasis en el triunfo; depresión suicida en la derrota; sublimación de los colores adorados; desprecio y negación del adversario . . .Pepe siempre lejano y como por obligación, alguna vez me llevó a la cancha, también compartimos dos o tres “Vueltas de Areco”. Nunca alentó a sus ídolos, me tranquilizaba, con rigor, cuando mi espíritu se desbordaba.En la década de 1960, mi viejo ya propietario de un comercio de juguetería y librería, guardaba los domingos, para trabajar sobre la contabilidad general del negocio. A las 9 en punto de la mañana, se presentaba en una pieza muy luminosa de nuestra casa -familiarmente conocida como “la oficina” – abría su biblioteca con la llave que él solo disponía, expandía útiles y papeles sobre el escritorio de roble (que aún conservo), colocaba la radio “Spica”, a pilas, de plástico roja, forrada en cuero marrón sobre el ángulo izquierdo del mueble, la sintonizaba en Rivadavia y sin prolegómenos se adentraba en su mundo mágico de números, acompañado por la voz estentórea de un tal Gonzalez Longhi, quien le contaba no sin exageradas connotaciones los avatares de las competencias de turismo de carretera que se celebraban primordialmente en el ámbito de la provincia de Buenos Aires.Demás está decir que en algún momento, no recuerdo con precisión cuando ocurrió, sin que me invitara comencé a participar como fantasmagórico testigo de la ceremonia matemática, contable y deportiva celebrada por mi viejo. En silencio, domingo tras domingo, me imaginaba a la vera de los caminos, el vuelo de los hermanos Emiliozzi, de Eduardo Casá, de Charlie Menditegui, de Angel Rienzi y de tantos otros. Ese famoso ya González Longhi, me hacía sentir que viajaba en los coches; me conmocionaban las adjetivaciones sobre sus rugidos, el olor a combustible, las fallas de su motores, las maniobras de los pilotos para cortar curvas, evadir obstáculos, llegar a la meta . . . Mientras tanto el fanático de Pepe, recibía en silencio las noticias del relator, esgrimiendo alguna sonrisa cuando algún Ford cosechaba un triunfo. Cada uno por su lado vivía su mundo sin interesarle el del otro ¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Ay Década del 40!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Cuánta distancia forjaste entre padres e hijos !!!!!!!!!Una mañana otoñal del año 1966 (la recuerdo con tanta precisión, como si en este momento la estuviera viviendo), al regresar de la misa dominical de los niños, celebrada por el entrañable teniente cura Nelson Olloco, encuentro a Pepe sentado frente al escritorio, aferrando, con emoción nunca vista, la Spica con las dos manos. Al advertir mi cara de asombro, siempre con gestos desencajados, el viejo me invitó a sentarme a su lado para escuchar al efusivo González Longhi. No me atreví a preguntarle lo que estaba sucediendo. Mientras acercaba mi silla hacia la suya, espontáneamente me preguntó. – ¿no te enteraste? . . . un “Renosito” como el nuestro larga primero en el Autódromo . . . los Ford y los Chevrolet atrás . . . ¡¡¡¡¡¡¡ mirá si ganamos !!!!!!!! . . . Continuó con contagiosa algarabía y efusividad: – Ese mecánico de Alta Gracia, Oreste Berta, armó un “1093” (así se lo identificaba al nuevo Renault, ahora Gordini, que la IKA había lanzado al mercado mejorando el rendimiento y la estética de su antecesor Dauphine) para competir contra las potencias del T.C. . . . ¡¡¡¡¡¡ Mirá si ganamos !!!!!! . . . ¡¡¡¡¡ Este muchacho es un mago !!!!! ¿Cómo hizo para que el motor trasero Ventox de nuestro Renosito de 100 caballos, con la misma caja de cambios que el Dauphine y similar estructura mecánica, pueda superar a los Ford y a los Chevrolet oficiales de más de 300 H.P. ?.Al cabo de diez años de vida, pude comunicarme por primera vez, sin prejuicios, espontáneamente, sin valladares, con mi padre. Por primera vez sentí la sensación que había empezado a conocerlo.Después de esa carrera, las reuniones dominicales se hicieron más amenas. Mi viejo abrió su caja de recuerdos. Fue así que me enteré de la genialidad aceitada de la “Máquina”, la caballerosidad de Marsiglia, la locura de Oscar Gálvez, las epopeyas de de Vito Dumas, la calidad de Oscar Furlong, la grandeza de Fangio, la pegada de Bernabé Ferreyra . . . etc.Esa carrera se transformó en un hito del Turismo de Carretera.Esa carrera le permitió a Pepe abrir su corazón para que su hijo pudiera apenas comprenderlo.¿ Y el renosito? . . . lideró el gran premio hasta la tercera vuelta . . . cuando ya le había sacado bastante ventaja a su seguidor, explotó el motor . . . el piloto Copello fue recibido en su box como un verdadero héroe.