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Historias de Malvinas: Marcelo Marano

En el año 2003, la historiadora gilense Graciela León publicó “De mi pueblo a Malvinas“, un libro en el que se brinda información sobre las islas y se comparten testimonios de los vecinos que formaron parte del conflicto.

El relato de Marcelo Marano

Al producirse el desembarco, yo estaba de baja del Regimiento 6 de Mercedes. Hacía cinco meses que me encontraba en la civilidad. El 4 de abril recibí la carta para reincorporarme el día 7.

Noté una euforia descontrolada en la gente. Cuando salí de baja, me parecía que faltaba algo para completar ese año de servicio militar, que había sido muy duro y sometido a constantes maniobras, prácticas de tiro, salidas al campo y entrenamiento.

La clase anterior a la nuestra, no había recibido tanta instrucción militar como la nuestra. De manera que, al enterarme de los acontecimientos del dos de abril, pensé que ahí estaba el suceso que redondeaba nuestra intensa preparación, y sospeché que sería convocado.

Una vez en los cuarteles, hubo que cambiar nuevamente las pilchas civiles por las militares. Se nos cortó el pelo y volvimos a la vida de soldados. No sabíamos qué iba a suceder. Tal vez nos quedaríamos en el Regimiento, ya que las instalaciones no pueden quedar vacías, debe haber personal para armar posiciones allí eventualmente. Pero nos fueron entregando equipo, ropa y armamento, es decir, se iba conformando un alistamiento.

El doce de abril recibimos visitas de familiares y padres. El trece a la madrugada, a eso de la una y media, subimos a los camiones y partimos hacia Bueno Aires.

Una anécdota: como preveíamos que era la despedida, el grupo al que yo pertenecía, había estado tomando en el “Detal” del Sargento uno, y al llegar la orden de alistarnos ¡Estábamos borrachos!.

Cuando llegamos al Palomar, recuerdo el tazón de café que nos dieron. Partimos en avión y aterrizamos en Río Gallegos. Creíamos que nos ubicaríamos en el sur, puesto que ya se tenía conocimiento de que Chile estaba realizando movimientos de tropas cerca de la frontera, y esa era también zona a cubrir. Pero nos informaron que volaríamos a Malvinas.

Llegamos en una noche oscurísima, no veíamos ni nuestras propias manos. Pernoctamos en las zanjas que había a los costados de la pista del Aeropuerto. Al aclarar, comenzamos a ver el movimiento de aviones y helicópteros transportando pertrechos. Después, las edificaciones que a mí me parecieron muy curiosas.

Al parecer, nuestra llegada no estaba prevista y no sabían donde ubicarnos. Iniciamos una marcha con el equipo que teníamos: el bolsón, portaequipo muy grande con la muda de ropa, frazadas y otros elementos, además el equipo aligerado, correaje, cuatro cargadores con municiones, el fusil, la bolsa de rancho con los elementos para comer, el tahalí que era el sable – bayoneta, la pala provista, todo lo cual tenía un peso considerable.

Llegamos a la entrada de Puerto Argentino, donde cavamos algunas posiciones. De ahí, nos trasladamos a una parte intermedia entre Puerto Argentino y el Aeropuerto, en la cara interna de una bahía. Volvimos a cavar pozos de zorro. Después nos movimos hacia el destino definitivo, en mitad de camino entre el aeropuerto y Puerto Argentino, pero a unos 300 metros del mar, defendiendo una extensa cabeza de playa que se formaba allí.

Para entonces, ya habíamos hecho como diez u once pozos de zorro. La pala provista se plegaba en tres partes. Tenía un defecto, parte del mango se rompía con suma facilidad y al segundo pozo se quebraba,. Por lo tanto, terminábamos cavando con las partes restantes. De todas maneras, el pozo se abría con facilidad a menos que encontráramos piedras.

Al principio, formábamos pozos grandes que albergaban a cuatro o cinco soldados. Eran los primeros momentos en los cuales no había certeza de que se llegaría a un enfrentamiento bélico. Después nos dimos cuenta de que esos pozos no tenían protección, y por parejas de soldados fuimos haciendo pozos más chicos con determinados recaudos: la profundidad, de manera que se pudiera entrar y salir cómodamente, forma un hábitat en el interior, donde se pudiera dormir. Las condiciones del terreno no permitían todo eso, debido a la humedad. En Malvinas, había una llovizna constante que humedecía nuestras pertenencias. En el pozo, todo hacía crisis porque brotaba el agua.

Como la zona donde nos encontrábamos, presentaba cerros y depresiones, buscábamos un sitio adecuado y armábamos las carpas. Cada soldado llevaba medio paño y entre dos, se armaba una carpa abrochando las mitades. Allí dormíamos y podíamos protegernos del ambiente.

Cuando se iniciaron los ataques ingleses, al primer bombardeo corríamos a los pozos y en los momentos de calma, dormíamos en las carpitas. Antes del 1º de mayo, no creíamos que iban a llegar los ingleses en tan poco tiempo.

Después de armar y mantener las posiciones, teníamos ratos largos de ocio. Pensábamos especialmente en nuestras familias, en cómo estarían viviendo ellos esa situación, si tendrían conocimiento o no de que estábamos en Malvinas.

Comenzamos a recibir las primeras cartas antes de estallar el conflicto. Era lindo saber la cantidad de gente que estaba detrás de uno, preocupados por uno: padres, abuelos, amigos. La mayoría expresaba buenos deseos “espero que te encuentres bien”, “que comas bien”, “que la estés pasando bien”.

Unas de las cartas especiales que recibí fue la de mi abuelo paterno. Entre otras cosas me decía:

— La causa es noble y justa. Espero que estes haciendo las cosas como corresponde.

Al leerlo, se me vino encima todo lo que en la escuela me decían cuando era niño.

Hace pocos días estuve buscando manuales viejos. Mi esposa encontró uno de la década del ’50 y allí estaba muy detallado el derecho argentino sobre las islas, exactamente lo que nos explicaban las maestras en la escuela.

Era fuerte estar allí y saber que defendíamos eso aprendido de niños. Las palabras de mi abuelo me hicieron ver la realidad. Pero en esos momentos en que estábamos todos esperando, todavía eramos chicos.

Mi compañero de pozo, de apellido Rodríguez, oriundo de Mercedes, se enfermó y pasó todo el tiempo en la enfermería, así que yo estuve solo en mi pozo.

Otro compañero con el que tuve más trato, era Solimandi, con quien a veces, compartía el pozo.

Las guardias, antes del 1º de mayo, eran preventivas, similares a las que cumplíamos en los cuarteles durante la instrucción. Después del 1º de mayo, las guardias se hacían pensando en que el enemigo estaba ahí, detrás. Por lo tanto, eran difíciles esas noches de neblina cerrada, porque estábamos pendientes del menor ruido, movimiento.

Era de rutina cuidar el armamento y la ropa. A medida que transcurrían los días, había que procurar la atención del aseo. Una sola vez pudimos bañarnos en todo el conflicto. Fue en ocasión de una visita que hicimos al pueblo. Allí se había acondicionado un galpón con duchas de agua caliente.

Conozco el caso de algunos valientes que se animaron a tirarse en un arroyito de la cercanía, cuyas aguas, como es de imaginar, estaban heladas. Nosotros, a la mañana, nos lavábamos las manos y la cara, pero más de eso no.

Antes del 1º de mayo, los comentarios eran: “no van a venir”, “si vienen, el conflicto termina en seguida porque no da para mucho”, “se tiran unos tiros y se termina todo”.

Pero la guerra fue corta y larga a la vez. Tuvimos un proceso anterior en el cual estuvimos muchos días en Malvinas esperando ver qué pasaba.

Y al fin llegó el primero de mayo. Durante la noche anterior, las baterías antiaéreas argentinas habían estado tirando. Pensábamos que se trataba de simples prácticas. Sin embargo, ya sobrevolaban a gran altura aviones ingleses de reconocimiento, y las baterías trataban de ubicarlos con las balas trazantes que dejaban estelas en el cielo.

El ruidos de las baterías y esas estelas luminosas, nos iban marcando un panorama de lo que acontecía. Con anterioridad al primero de mayo, nuestro Jefe de Compañía, con el cual habíamos hecho la instrucción en el Regimiento, nos reunió y nos comunicó que la situación se estaba volviendo grave, que los ingleses se hallaban muy próximos a las islas y que era posible que entráramos en combate. Nos ordenó tener nuestras pertenencias en perfecto orden, el correaje ajustado, el fusil bien lubricado, las municiones ubicadas de tal manera que se recargara el arma rápidamente, etcéctera.

A la madrugada pasaron aviones en vuelo rasante a lo largo de la pista y descargaron sus bombas. De pronto, el bombardeo, el temblor de la tierra, el fuego de las baterías antiaéreas. Dentro de los pozos, observábamos todo aquello y sentíamos que estábamos en medio de una película de guerra de las tantas que veíamos por televisión.

Mas, no era ficción: era la realidad y no teníamos participación, éramos espectadores. Veíamos caer aviones. Uno de ellos cayó muy cerca de nuestra posición. Se hundió en el mar sin estallar.

Una vez que pasó ese primer bombardeo, nos dedicamos a mejorar los refugios y a buscar las raciones frías de comida que nos habían entregado y de las cuales, todo lo que fuera dulce, ya lo habíamos consumido. Quedaban las latas de carne con salsa, las que iban a ser fundamentales si no podía llegar la cocina con comida caliente.

A las cuatro de tarde de ese primero de mayo, se recibió el alerta de la proximidad de barcos. Los podíamos divisar en la lejanía del mar. Comenzó entonces, el cañoneo de la fragatas.

El fuego de las fragatas, era más lento que el bombardeo de los aviones, pero más extensos en tiempos. Se escuchaban los cañonazos: ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! y a los once segundos más o menos, empezaban a caer las bombas.

Algunas picaban muy cerca de nosotros. Eran tres fragatas protegidas de tal manera, que se protegían unas a otras. De pronto, un avión argentino hizo impacto en una de ellas y salió una columna de humo. De inmediato, comenzamos a vivar. Poco después se retiraron y terminó ese primer día de guerra. Creo que ahí perdimos el niño que llevábamos adentro y comprendimos que estábamos en guerra.

A partir de estos momentos, los bombardeos y cañoneos se sucedieron a diario. Los barcos llegaban de noche, no lo hacían durante el día porque los aviones argentinos habían mostrado su efectividad.

Dada la posición que teníamos, estábamos defendiendo una cabeza de playa. Si el ataque venía frontal a las islas, el desembarco se produciría desde allí. Desde nuestras posiciones hacia el mar, el terreno estaba minado con minas antipersonales. Había una franja delimitada por donde podíamos transitar libremente para realizar las guardias avanzadas en la costa, en los diferentes puestos. Puesto 1, Puesto 2, etcétera.

Los aviones ingleses ya no pasaban a vuelo rasante, sino a una altura considerable desde donde descargaban las bombas, debido a que, el 1º de mayo tambíen habían recibido lo suyo.

Entre las dos o tres de la madrugada llegaban las fragatas e iniciaban sus ataques. No era tanto la peligrosidad de las bombas porque solían enterrarse en el suelo turboso, o abrir pozos de dos metros, pero causaba un efecto psicológico: no nos dejaban descansar y batían por zonas según los objetivos que querían alcanzar. Había una misilera montada sobre un trailer. Todas las noches la cambiaban de lugar. Era evidente que a las fragatas les interesaba ubicar ese trailer y para ahí disparaban.

En cuanto a la comida, la recibíamos todos los días pese a las dificultades. Se cargaban grandes cilindros y se los transportaba hacia las posiciones. Un tramo considerable había que hacerlo a pie. Es de imaginar que los que más comían eran los soldados encargados de transportarla.

Nos alteraba esa situación defensiva, estar a la espera. Llegado el momento, deseábamos tenerlos de frente a los ingleses y que todo se definiera, para bien o para mal.

Nuestra relación con los oficiales y suboficiales era diversa. Con algunos nos conocíamos de la instrucción, algunos eran nuevos y provenían de otras unidades. Afortunadamente no tuvimos bajas. El único herido fue el soldado Ozcaide que pisó una mina y le seccionó parte del tobillo.

Comenzaron a surgir comentarios sobre el desembarco inglés, el avance y la caída de las posiciones argentinas, las alturas del Monte Kent, Monte Longdon, etcétera. De tal manera que, nosotros, que nos habíamos ubicado en el frente de un hipotético desembarco, quedamos a retaguardia, porque los ingleses avanzaron por el lado contrario. Las señales eran inequívocas: cada vez más cerca del ruido de la artillería y de los aviones, las fragatas, que disparaban más hacia Puerto Argentino, donde estaba centrada la defensa.

Todo se fue precipitando. Intuíamos el final, hubo momentos de confusión. Súbitamente, se produjo un instante de quietud. Se estaba tratando la rendición.

Fue una verdadera sorpresa. Nos ordenaron que descargáramos el fusil y dejáramos las municiones.

Caminamos hacia el aeropuerto donde pasamos la noche. Al día siguiente regresamos a Puerto Argentino. En mitad del camino, tuvimos que arrojar nuestras armas y casco sobre las enormes pilas que se fueron formando. Y ahí quedó mi fusil, número de terminación 363. Fue desgarrante. Tomamos contacto con los ingleses. Nos palparon, nos revisaron, y hasta pudimos hablar con ellos por medio de un soldado que sabía inglés.

Nos preguntaron por qué lo hacíamos. Respondíamos que luchábamos porque las islas eran nuestras, por nuestro suelo.

No lo podían creer, ellos habían luchado por dinero, eran profesionales. Una vez en Puerto Argentino, nos dirigimos a un galpón que era una carpintería.

Yo tenía mis guantes rotos por el uso, se salían los dedos. Ante de entrar al galpón, me los saqué y los tiré a un charco. Cuando voy a ingresar con los demás prisioneros, siento una mano que se posa en mi hombro y me hace girar. Era un inglés. Sacó sus guantes, que los tenía en el correaje, me los entrega y me palmea en la cara. Tomé los guantes y volví a arrojarlos en el charco. Creo que no comprendí en aquellos durísimos momentos el gesto de ese inglés.

Nos mortificaba no haber podido participar de la misma manera que otros soldados que lucharon cuerpo a cuerpo con el enemigo. Nosotros fuimos castigados por los bombardeos de aire y tierra, pero no teníamos forma de reacción ante esos ataques y eso era desgastante. Se nos pasó la guerra sin movernos del lugar. El único aliciente que tengo, es que, dentro de las ordenes que me dieron, traté de hacer lo mejor posible.

Permanecimos 67 días en Malvinas soportando el clima, la separación de la familia y que todo se terminara sin poder hacer más, es algo muy difícil de asimilar ¡Tanta tecnología volcada para el lado de los poderosos!

En una de las cartas, papá me contaba que mamá dormía destapada, porque si yo sufría frío, ella no quería estar abrigada. En mis cartas yo mentía mucho. Decía que yo estaba bien, no pedía nada, ni sabía cómo contar lo que ocurría.

Llegó el momento de regresar al continente. Nos condujeron a unos lanchones que nos acercaron al “Bahia Paraíso” , el buque – hospital argentino . Antes de subir a los lanchones, nos revisaban y nos preguntaban si volveríamos a Malvinas . Todos respondimos que sí.

Por suerte me respetaron las cartas, esas cartas que tanto queriamos. Para mí era más importante recibir correspondencia, que un plato de comida .

Una vez a bordo del Bahía Paraíso , estábamos entre argentinos después de haber permanecido rodeados de ingleses . Al cabo de unas 30 horas de navegación, llegamos a Puerto Quilla, lugar desde donde viajamos en colectivo a Río Gallegos.

Era el Día del Padre. Llamé por teléfono a casa de una familia distante a dos cuadras de mi casa, ya que no teniamos teléfono en ese momento. Pude así hablar con mi padre, pero para el reencuentro faltaban algunos días.

Una vez en Buenos Aires, permanecimos tres día en la Escuela Lemos, donde nos aleccionaron sobre lo que debíamos decir o no decir. Nosotros no soportábamos esa situación. Deseábamos irnos, no podíamos recibir visitas, solo vernos a través del alambrado.

Cuando por fin partimos en micro hacia Mercedes, nos sorprendió la reacción de la gente: bocinazos, saludos, vítores. Casi no lo creíamos. Volvíamos derrotados, y sin embargo nos recibían con euforia.

En Mercedes, fue emocionante. Alumnos de las escuelas a lo largo del camino con las banderas, muchísima gente que nos expresaba afecto. Eso nos hizo sentir muy bien.

Esa noche la pasé en Mercedes, puesto que mi padre es oriundo de esa ciudad y toda mi familia se encontraba allí. Mientras tanto, el recibimiento que se les dio a mis compañeros en Luján también fue magnífico y reconfortante.

Los problemas que se suscitaron posteriormente con los veteranos, muchos de los cuales, llegaron al suicidio, obedecen a varias razones.

No todos encontraron una familia que les brindara amor y contención. No hubo tratamientos psicológicos continuados, ni seguimientos.

Caímos de nuevo en la sociedad, pero no éramos los mismos. Lo que antes nos interesaba o nos llamaba la atención, ya no le prestábamos atención. Cosas que antes considerábamos importantes, perdieron importancia después de Malvinas.

Surgieron problemas de salud y de trabajo. A medida que pasaba el tiempo, esa situación se iba agravando y haciendo crisis.

De pronto, se escucha decir que la guerra había sido inútil, y eso es muy doloroso para nosotros. Fue una causa justa, por la que murieron muchos por defender lo nuestro, no por ir a agredir a otro país, sino por reclamar lo que nos pertenece.

Cuando estábamos en Malvinas, teníamos sentimientos encontrados. Por una parte, sentíamos que ese territorio era nuestro, pero lo veíamos inmerso en otra cultura; otro tipo de vivienda que nunca habíamos visto, otra lengua. Hubiéramos querido estar más familiarizados con aquel lugar.

Creo esta designación reciente del 2 de abril como Día del Veterano y de los Caídos en Malvinas, nos conforma. Pero lo que nos duele y en lo que hay que poner más énfasis es en los muertos, en los que quedaron allá, nuestros pares que no pudieron volver. Merecen todo nuestro respeto y no debemos olvidarlos jamás. Que ellos sepan que algún día volveremos.

Cuando mis hijos lo requieren, hablo con ellos de Malvinas. No quiero forzarlos a entrar en el tema si ellos realmente no lo sienten. De alguna manera, el conocimiento sobre la guerra lo maman, porque siempre hay algo de Malvinas en torno a mí.

Son ellos, nuestros hijos y nuestros nietos los que deberán seguir con esta lucha de reclamar lo que nos pertenece, que ya fue un robo realizado en su momento. Nos arrebataron un pedazo de territorio.

A medida que transcurre el tiempo, se van acentuando los deseos de recuperación, especialmente en quienes estuvimos allí.

Hicimos todo lo que nos fue posible, pero la más alta tecnología estuvo al servicio de los poderosos, de los que no tenían razón, de los que hacen de la guerra un negocio y si se analizan los puntos de conflicto actuales en el mundo, veremos que son los mismos que subyugan los pueblos como el nuestro que quiere vivir en libertad y con justicia, como debe ser.

¡VIVA LA PATRIA!

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