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Historias de Malvinas: Abel Acosta

A 40 años del conflicto, recordamos uno de los relatos incluidos en el libro "De mi pueblo a Malvinas" de Graciela León.

En el año 2003, la historiadora gilense Graciela León publicó “De mi pueblo a Malvinas“, un libro en el que se brinda información sobre las islas y se comparten testimonios de los vecinos que formaron parte del conflicto.

El relato de Abel Acosta

En marzo de 1981, había ingresado en el Regimiento de Infantería 3 de La Tablada, en la Compañía Comando, para cumplir con el servicio militar.

Al producirse los acontecimientos de abril de 1982, me encontraba de guardia en el Puesto 1 del Regimiento. Había comenzado la guardia el día 1 y me correspondía seguir allí, el 2, 3 y 4. Éramos cinco soldados, entre ellos Almada y Molet.

El 2, a eso de las dos o tres de la madrugada, oímos una descarga. Nos alarmamos mucho, porque tiempo atrás, había ocurrido un intento de copamiento al Cuartel. Buscábamos el blanco, pero no veíamos nada. Fue entonces que se acercó el Cabo 1º Martínez Silván, y nos informó del desembarco argentino en Malvinas, y que la descarga se habia producido dentro del mismo Regimiento. Nosotros también, procedimos a disparar nuestros fusiles para celebrar el acontecimiento.

Amaneció lloviendo y comenzó a aparecer mucha gente. Normalmente, entraban a los cuarteles proveedores, madres y demás familiares de soldados. Pero ese dos de abril notamos que la afluencia de gente superaba lo normal y que se apostaban soldados armados cada dos metros en torno del cerco perimetral. Ante la muchedumbre que se agolpaba junto a los alambrados, tuvo que venir la policía para colaborar en el ordenamiento de la gente.

“¿A dónde llevan a nuestros hijos?” – era la voz generalizada – “¿A dónde va mi hermano?”.

No lo sabíamos muy bien, después nos enteramos: íbamos a Malvinas. ¡Malvinas! ¡Qué historia esa!

Recuerdo que comenzamos a cantar ¡Ojalá pudieran escucharme los compañeros que quedaron allá, bajo la turba!: Soy un loco de la guerra, como ustedes me decian. ¿ Se acuerdan qué cantábamos? Habíamos tomado un tanque de 200 litros que estaba cortado por la mitad y le colgamos una escoba. Cantábamos así:

“Mamita, mamita,

no llorés,

nos vamos a Malvinas y de allá

vamos a volver”

Preparamos el equipo aligerado. En este momento dejamos la guardia y la tomó la clase 1963 que recién ingresaba. Desde El Palomar, en avión, viajamos a Río Gallegos. Llegamos a eso de las cinco de la tarde. Era de noche. Mucho frio y mucho viento. De allí partimos a Malvinas.

Cuando aterrizamos, vi soldados y un par de aviones, me encontré con algo desolado. No sabía muy bien a qué iba. En realidad, tenía conciencia de que iba a defender lo mio, pero no sabia cómo era, hasta que vi Puerto Argentino. A la mañana siguiente a nuestra llegada, emprendimos la marcha hacia el pueblo. Fuimos caminando, transportando el mortero y el equipo que pesaba unos 75 kgs. ¡Mucho frio! Lloviznaba y el agua parecia nieve. Al fin, de noche, al cabo de una marcha de unos diez kilómetros, llegamos a nuestra posición. Comimos lo que teníamos. Al día siguiente comenzamos la tarea de cavar los pozos de zorro.

La turba no ofrecia dificultades porque es blanda, pero después de la turba, aparecía la piedra y ahí se hacia muy complicado el trabajo. Algunos soldados que sabían o se animaban, usaban el trotyl. Nuestra posición estaba ubicada en la periferia de Puerto Argentino hacia el este, mirando en dirección al estrecho de San Carlos. En caso de avance enemigo, debíamos disparar, bombardear y abastecer a un Regimiento de Infanteria de Marina que estaba a nuestra derecha.

Mi rol de guerra era preparador y apuntador del mortero. Yo era el único soldado, el único “conejito de Indias”, metido en un pozo de unos cuatro metros de profundidad, por siete metros de largo, donde se almacenaban 2000 proyectiles.


Yo debía armar los proyectiles, ponerles la capacidad de pólvora requerida, es como una herradura que lleva engarzada, y colocarles la espoleta. Luego debeía arrastrarme con el proyectil, a la mayor velocidad posible, unos quince metros y alcanzar el proyectil a un compañero quién, a su vez, se la entregaba cargador. El alcance máximo del mortero 120 que manejábamos, es de unos 6.200 metros.

Yo no conozco el miedo, pero cuando me encontraba en ese pozo, rodeado por miles de proyectiles, senti mucho temor porque sabía que en cualquier momento, convertirme, no en un ave, sino en una nube, o en un poquito de humo disuelto en el aire.

Muchas veces, los proyectiles ingleses calan muy cerca de ese pozo, cuyo contenido era, para mí, una bomba atómica. Había días que armaba más proyectiles que otros. .

Recuerdo una madrugada en la cual avisaron que desembarcaban los gurkas.

Empecé a armar proyectiles a las tres de la mañana y a las once, todavía seguía armando y seguían disparando, tanto ellos como nosotros. Preparé 120 proyectiles. No alcanzaron y me pedían más. Las descargas seguían sin cesar. Estaba mojado y cansado, pero había que continuar. Los exocet descargaban, al igual que nosotros y el Regimiento 5 de Infantería de Marina.

Todo era disparo y disparo, hasta que, tal vez ellos, tal vez nosotros, desde algún lugar del mando, se decidió un alto al fuego.

La guerra avanzaba en su curso. El cordón de defensa nuestro se tendió alrededor de Puerto Argentino, la parte más valiosa de las islas. Los ingleses avanzaban y nosotros estábamos muy cerca de ellos.

En cuanto al clima tan adverso, puedo decir que, de verdad, sentí mucho frío, pese a que, desde muy chico, me habitué a la vida dura de trabajo soportando frios y calores. Aquellos fueron 74 dias durísimos, 74 dias sin bañarme. Para lavarme la cara, tenia que romper el hielo, 74 días sin tener una comida como la gente. Después, caminar 5 o 6 kms, entre las minas.

Para cazar ovejas, me llevaban a mí porque sabía hacer el trabajo: matar el animal, cuerearlo con el sable bayoneta y llevarlo a cuestas hasta la posición. La comíamos sin sal, más cruda que cocida, porque, a veces se nos apagaba la turba y no podíamos mantenerla encendida. Cuando nos bombardeaban y no podíamos salir, consumíamos cebollas y nabos asados. Yo los comía sin problemas, pero había compañeros que no sabían, ni querían, ni les gustaba.

Por mi vida en el continente, yo sabia lo que era sufrir hambre: por lo tanto, no era delicado para los alimentos, de todas maneras, me dolía aquello.

En una ocasión, sufrimos un sorpresivo ataque inglés muy intenso. Compartiamos el pozo de zorro con el soldado Molet, que era un muchacho muy delicado y Almada. Estábamos todos muy asustados como es de imaginar.

Almada y Molina estaban de guardia. No se veía ni a dos metros de distancia. En determinado momento, nos encontrábamos fuera del pozo. A la entrada del mismo. Molet perdió el dominio de sí mismo.

— ¡Alto! ¿Quién vive? — me gritó y me disparó. La bala hizo impacto en el casco que, al no llevarlo prendido, voló de mi cabeza y así me salvó la vida.

Los demás compañeros se abalanzaron sobre él porque se encontraba muy asustado. Lo contuvimos toda la noche y nos contuvimos entre nosotros adentro del pozo. De pronto, el cielo comenzó a iluminarse con bengalas arrojadas desde los barcos ingleses para que los infantes pudieran ubicar nuestras posiciones. El soldado Almada, que era muy vago, o tal vez un loco igual que yo, empezó a gritar:

— ¡Viva Navidad! ¡Viva la Patria! ¡Viva Navidad!¡Viva la Patria! –

Esas bengalas, sin dudas, le recordaban los fuegos de artificio de las Fiestas de Fin de Año. Todos nos reíamos y entramos en joda, sin saber por qué. Quizás porque estábamos asustados, o creíamos que habíamos ganado, o perdido la guerra.

Fueron un par de minutos, o una hora y no nos dimos cuenta, pero nos divertimos en semejante situación. Después Almada pidió disculpas por lo que hacia y Monet lloraba porque creia que me habia matado. Esa noche, debido a la intensidad del ataque, no podiamos disparar ni defender. Por suerte, ningún proyectil cayó en el pozo donde se depositaban nuestras bombas.

A medida que pasaban los días y los ingleses atacaban, nosotros intentábamos defender lo nuestro y a nuestros compañeros. Yo sentía terror y asco a la vez. Me lo decía a mi mismo y se lo decía a mis compañeros en cada bombardeo:

— Vengan de una vez por todas ¡Terminen! Avancen, si van a avanzar, así se gane pierda. Ataquen si van a atacar, pero terminen de una vez. Quiero salir de esto, quiero volver a mi pueblo y a mi casa.

Pero los ingleses no avanzaban, o lo hacían lentamente.

Llegó el momento de la rendición que fue durisima. Sentí mucha angustia y dolor. Hubiese querido traer un triunfo a mi Patria, o traerle una razón de todo aquello.

Cuando fui a Malvinas, no me consideraba un chico, yo ya era padre. Me dolió enormemente ver arriar a mi bandera, verla humillada. Creo que dimos todo lo que pudimos y estar orgulloso de haber pisado Malvinas.

Los ex combatientes vivos, no somos nada. Los héroes verdaderos son los que quedaron. Nosotros podemos contar lo vivido a nuestras familias. Pero las madres de los caidos, ¿pueden preguntar algo a sus hijos? Nada! Están muertos. No debemos olvidarlo.

Creo que, en general, muy poca gente prestó atención a los veteranos. Hace apenas un par de años que ha comenzado a surgir un interés por el tema.

En mi caso, alguien que ya no está en la vida, me puso de apodo, “Malvinas”. También me dicen “El Loco” o “El Loco de la Guerra”. Tal vez me llaman así porque soy loco de nacimiento, ¡Vaya a saber! Pero a veces lo dicen con doble intención: soy loco porque fui a una guerra, a la guerra de Malvinas, y me duele que no comprendan que fui a defender a mi bandera que es la de todos los argentinos, y fui a defender la sangre que llegó a estas tierras, siglos antes que yo naciera. No me importa que se rían de mi persona, de mi cara, de mi mente, pero sí duele que no se entienda lo que significa una bandera, una Patria como la nuestra y un esfuerzo como el que hicimos.

Aún no he comenzado a hablar con mis hijos de lo vivido en Malvinas, pero como padre, debo enseñarles a respetar la bandera, que es como la madre. Yo tengo una bandera muy bien guardada y no quiero que nadie la toque. Quiénes hemos sufrido en la guerra, hemos aprendido cuál es el valor de la enseña nacional y qué significa el honor

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